La Transiberica norte-sur, una vuelta por España.
Día 8. Vilafranca Montes de Oca – Salas de los Infantes
El Camí de Sant Jaume por San Juan de la Peña
El Camino Aragonés
El Camino Frances
El paso del norte al sur. La Transiberica
Poco me queda del Camino puesto que éste, el de Santiago, no es mi Camino, La Transiberica alcanza en el Monasterio de San Juan de Ortega el punto más al norte de mi recorrido.
Hoy, tras deleitarme con esa construcción, he buscado el inicio de un claro y definitivo sur, pero ese Sur, ese nuevo y definitivo Sur solo lo he tanteado, el verdadero Sur me espera cada día a partir de mañana… en lo que será un nuevo amanecer.
Pero antes de todo eso, la subida al Monasterio de San Juan de Ortega…
En el Pájaro, aún de noche, cuyo nombre procede del mote que le pusieron a una familia de Belorado cuya costumbre era la de cantar jotas de madrugada cuando iban a trabajar, me he preparado para una subida trascendental, en la que, los sentimientos, las emociones han vuelto a emerger…
Es esa subida, la subida a un mundo irreal, extraño, mágico.
Tras dejar a un lado la iglesia coronada con un sombrero extraño y bello siempre fotografiado, la subida te obliga, en primer lugar, a ser humilde descabalgando de la bici y rendir pleitesía a ese mundo que viene a continuación, al que te aproximas casi con delicadeza.
Como el peregrino trasciende a un mundo superior, la ascensión recorre un mundo en un plano intenso. La entrada a un bosque mágico y diferente a lo visto hasta ahora en el que la luz es tamizada por los árboles que infinitos juegan con ella al escondite y reciben una suave pátina que dulcemente se refleja en ti. Esa luz que no calienta, alumbra de una manera frágil y ha puesto en evidencia un temblor interior y una sensación de mínima expresión, de ser muy pequeño, en esos momentos las pedaladas junto a la respiración entrecortada parecían llevar a cabo un ballet calculado. El corazón impulsor de un esfuerzo medido y nítido parecía quererse acompasar a un ritmo en el que el avanzar era un pecado ante tanta belleza, los sonidos monocordes ni tan solo daban paso al estallido de vida que se esconde tras esos árboles tras esos rincones escondidos que lentamente me veían pasar…
En cualquier momento, en ese paso por un reguero escondido por la hojarasca, tras una curva en la que no se ve la continuación del camino, en cualquier instante, parece poderse asomar algo bello y único, y yo mientras me retorcía lentamente sobre la bici, quería levitar con tal de no profanar con mis ruedas ese mundo virgen y bello, sincero y templado que me rodeaba…
En un inesperado claro he visto la carretera que allá en el fondo de un pozo me hacía sentir que el esfuerzo realizado parecía superar lo visto sobre un gran espacio sin fin, el bosque, primigenio y enorme me ha hecho recordar otro bosque no tan lejano que se mira en este a unos centenares de Km. de donde me hallaba…
Es, era, presentía y pasaba por momentos por un mundo inmaterial a otro mundo muy diferente en esa bajada en la que es tan fácil tener un problema como respirar, en la que a poco que te dejes ir, soltabas los frenos para aprovechar ese tobogán que cada segundo parecía lanzarte a ese mundo en el que estás y del que no quieres salir. Subiendo nuevamente, la vuelta, lenta y pausada a la cruda realidad empieza a emerger, parece que todo se confabula para despertarte de ese sueño que lentamente se va desvaneciendo, es en esos momentos te das cuenta de que lo que realmente deseas es volver, regresar a esos momentos pasados a esos momentos de los que la ruta parece empecinada, desgarradamente empeñada en arrebatarte…
Con una pena inmensa, en la que la emoción se ha transfigurado en un liquido caliente y puro que, por las mejillas parece quererse quedar en los bordes del bosque, coronas la subida para no volver a subir más, es allí donde la bofetada de un monumento a un tiempo pasado te arranca definitivamente de lo vivido y traspasarte a esa fina lámina imperceptible que como una puerta comunica lo imperecedero con lo real.
Cuesta abajo, por un espacio arrancado al bosque en forma de ancho camino, la llegada al Monasterio solo se intuye y adivina… Un árbol sale de entre unas ruinas el futuro prometedor vence a un pasado mediocre…
El ábside del Monasterio de San Juan de Ortega tiene, como tantas cosas en el Camino mucho que resaltar, en el Monasterio se conjuga el arte románico tardío con un gótico novedoso, está orientado al este y es por sus ventanas por donde el sol al colarse en la mañana, crea efectos inesperados. Es esa la luz, que a las cinco de la tarde en el equinoccio ilumina el capitel en el que se representa la Natividad…
Y es esa, es esta la despedida del Camino, la luz en una piedra conformada por la mano del hombre, una representación de una creencia, de un misterio de un hecho histórico que precede al Sur, es a partir de aquí cuando el Sur se ha ido haciendo real. La fachada principal del Monasterio se abre al Sur, esa fachada me miraba mientras me alejaba del Camino hacia ese Sur, mientras bajaba parte de lo subido para dejar de lado lo vivido, una cruz me despide, una cruz me señala un nuevo camino fuera del Camino…
Y tras el Camino, un amigo y otro amigo, uno me acompaña, otro se confabula conmigo para el futuro, uno me explica, otro no necesita explicarse, uno ha realizado más de trescientos Km para pedalear unos Km. otro sabe que yo los haré para pedalear junto a el…
Eso, es y no otra cosa el principio de algo extraordinario…
El principio de algo muy especial que empezó ese sábado cuando en realidad había empezado el viernes…
Tres nombres: Cesar, Jon, Angel…
Santovenia de Oca es el primero de los muchos pueblos que ví junto a Cesar, que recorrimos juntos en el día en que mis ruedas comenzaron a desbrozar un nuevo camino, que impulsadas por la voluntad y la determinación no tendrán fin, no tendrán freno…
Apeado voluntariamente del Camino, lentamente, sin darme apenas cuenta las capas parecían querer volver a mí, y lo he pensado: ya no podré continuar desnudo, ya no cabalgaré con una espada hecha de retazos de verdad envuelta en un halo de humildad…
Adiós Camino, volveré, espérame, aquí me tendrás el año que pueda…
Fuera del tiempo he llegado al espacio que está fuera de ese espacio y tras la localidad de Santovenia de Oca, acompañado por la bondad personificada en mi amigo, hemos llegado a Arlanzón, localidad que es la puerta a una tierra en la que la noche se confunde con la época de dinosaurios y el día con lagos embalsados por el río, enormes láminas de aguas formadas por el río Arlanzon que hemos bordeado y fotografiado, nuestro caminar sobre las bicis reseguían la contracorriente. Al embalse de Uzquiza le precede el del Arlanzon.
La Sierra de la Demanda, demandaba un nuevo esfuerzo y no solo físico para apreciar, valorar y sopesar los valores naturales de esos parajes duros, difíciles y bellos en los que se alza sobre las cosas mundanas ese valor imperecedero que se llama naturaleza pura.
En un alto nos hemos despedido, uno se ha ido hacia el sur, el otro hacia el norte para regresar más al norte y yo, bajando frenéticamente sabía que si el inicio del día había sido increíble, el final del día no iba a ser menos especial…
Angel, Angel Pasos me esperabá en una plaza Mayor de un pueblo con historía…
Aquí comienza nuestra historía….