Ruta realizada los días 20 y 21 de diciembre de 2014. Rodea la Sierra de las Nieves y discurre entre los municipios de Tolox, Istán, Ronda, El Burgo y Yunquera, y está hecha en total autosuficiencia y supervivencia, sin llevar agua, ni comida y con una sola velocidad, sin cambios.
Aproximadamente, sale un 87% de pista, un 3% de sendero y un 10% de carretera. Ruta muy bonita que transita totalmente entre montañas y sobre tierra, con excepción de un tramo al salir de Tolox y el tránsito entre los municipios de El Burgo y Yunquera.
Día 20
Salgo de casa en coche con 13º C y lo aparco en Tolox, a una altitud de cerca de 300 metros, amaneciendo a la temperatura de 3º C. Hay 20-25 kilómetros en linea recta hasta la costa y ya no llega la suavidad del Mediterráneo; así que, por el fresquete, salgo rápidamente del pueblo y comienzo la primera subida.
Todo el recorrido de este día discurre entre montañas, muy bonito, sin gente ni casas ... la sierra es para mí.
Abundan quejigos, pinos, alcornoques y algún algarrobo. De esos pocos algarrobos, voy cogiendo las vainas que les quedan, secas y con mal sabor (por el tiempo que tienen y por sus "habitantes"). También me tomo los frutos de los palmitos, que la verdad tienen poco que comer, pero no tengo tiempo de entretenerme en abrir los palmitos para comer el tallo.
Embotello mi primer litro de agua de un arroyo y potabilizo. No tenía prisa en coger agua pues en esta zona de la ruta y en esta época del año abundan los arroyos con agua.
Entre montañas distingo un trocito de mar. Desciendo unos 500 metros hasta ver el pueblo de Istán y el embalse de la Concepción, único lugar de la ruta en el que encuentro ciclistas.
Vadeo Río Verde y parece que consigo no caerme ni mojarme, pero a continuación noto que el pie izquierdo comienza a mojarse al entrar el agua por la telilla de mis zapatillas de correr ... toca pedalear con el pie mojado.
Tras un pinchazo, llego al kilómetro 65 donde pensaba dormir; una zona elegida a 610 metros de altitud para no pasar frío. La temperatura había sido muy buena en todo el recorrido, rodando con una camiseta larga y guantes finos, y eso ayudó a mi decisión de no parar en este lugar a las 4:15 de la tarde y así avanzar la ruta (como se verá más adelante, fue un acierto).
Prefería comenzar la subida y hacer unos kilómetros más, a pesar de dejar la baja altura, una fuente junto al camino y una cueva que se ve que utilizan como refugio de invierno. Subo por pista y cuando el sol me despide comienzo a buscar lecho para mi cansado cuerpo. Siempre me pasa que cuando llega el momento de la acampada voy por laderas empinadas y me cuesta encontrar buen sitio.
Pasados los 1100 metros de altitud hallo un sitio alzado sobre la pista para hacer mi vivac, teniendo que esconder la bici junto al camino y escalar. Como varias algarrobas, no muchas, pues tenía el estómago un tanto molesto. No me apetecía, pero me esforcé algo y me las tomé ... no eran las mejores algarrobas que he tomado.
Por la noche bajó mucho la temperatura, más de lo que pensaba, pero sin viento no pasaría frío. Me quedaban demasiadas horas para dormir, así que llamo a casa y me dispongo a escuchar la radio, mientras observo un cielo repleto de estrellas, y hasta vi una fugaz. Entre sueños, me despierto con los pies helados y, como sólo llevaba el par de calcetines puestos (ya secos, gracias a Dios), me puse un guante en cada pie y la cosa mejoró al rato. Dormí con los guantes finitos en las manos y los gordos en los pies, que aunque no me cubrían completamente, sí la parte importante a calentar.
Día 21
Despierto con la tenue claridad y no apetece nada salir del saco. A pesar de que el pronóstico del tiempo anunciaba soleado el día está muy nuboso. No me preocupé mucho, porque quizá simplemente fuera bruma matutina, como finalmente resultó. Me tomo dos algarrobas - sin ninguna apetencia - a pesar de que el malestar de estómago desapareció. Bebo algo, meto todo en la bolsa y bajo a la pista a por la bici.
Comienzo el pedaleo, hace mucho frío y llevo puesta toda la ropa, aunque iba cuesta arriba y eso ayudaba. Las nubes se van disipando y tras varias horas el cielo queda limpio. Sobre los 1300 metros llego al Cortijo de los Quejigales. La escarcha blanqueaba el terreno y los charcos estaban congelados con una capa superficial que costaba romper.
Paso el collado y se abre un paisaje de piedra caliza con escasa vegetación, que contrasta mucho con el típico bosque mediterraneo de la jornada anterior. Este tramo que comenzaba me recordó mucho a El Torcal, por las semejanzas de algunas de sus formaciones rocosas (olvidé fotografiar). A pesar de la caliza, he atravesado en este día zonas boscosas de pinos, quejigos y pinsapos.
La bajada estaba llena de animales y no me fiaba mucho del Arroyo de la Higuera, por lo que seguí sin cargar agua; cosa que no me importaba por la falta de sudor y por comenzar ya al día siguiente el invierno. No obstante, debía de ir consiguiendo agua pues esta parte de la ruta no es tan húmeda como la jornada anterior.
Ya en el valle, paso varias cancelas y empiezo la siguiente subida para finalmente rodear la gran peña que me recordaba a El Torcal.
Sin apenas ganas, me esfuerzo por tomarme dos algarrobas y unas cuantos frutos de palmito. Inicio la bajada y veo Ronda a lo lejos, cuyo camino dejo y tomo otro de hacia Yunquera.
Las pistas de este día no son tan buenas como las del anterior, ni mucho menos, y en dirección a Yunquera me encuentro senderos pedregosos, barro, caminos llenos de huellas secas de animales ... este día si tuve que empujar bici.
Tomo agua de un abrevadero, cuyo chorro estaba protegido de los animales con una caja metálica, lo que me daba seguridad. No obstante, le introduzco la correspondiente pastilla.
A mitad de recorrido llega la pesadilla del viaje: el camino está cortado por una valla de unos dos metros y medio que discurre por un arroyo, y esto hace que esté en desnivel y cubierta de unos arbustos con pinchos impresionantes (algún recuerdo de ellos me llevo) que impiden acercarse a la valla por el entramado que formaban.
Me muevo cerca de la valla, arriba y abajo, entre pinchos, acercándome y alejándome para buscar un hueco, y no lo encuentro. Miro a lo lejos con el fin de ver si podría rodear la finca, pero es enorme y el terreno abrupto para ir con bici. Cambio de ladera, bajando, y consigo encontar a unos 150 metros una parte de la valla que tenía pocos arbustos de pinchos, tanto a un lado de la valla como a otro. Quito el petate de la bici y levanto ésta para apoyarla en la parte superior de la alambrada e intento bajarla lentamente sujetándola con las manos entre los huecos. Me cuesta mucho por la altura y por el desnivel, pero consigo que la bicicleta baje sin rasguños. Salto la valla y comienzo una subida muy inclinada entre piedras y pinchos hasta, al fin, llegar al camino.
En otra ocasión tendré que estudiar un camino alternativo (quizá hacer un rodeo pasando por Ronda).
Rompo el portabultos y eso me retrasará el resto de la ruta. Toca mal camino y un descenso por el sendero de la Cañada del Palmito, empinado y con mucha piedra. Bajo de la bici por seguridad, pues caer por la derecha supondría rodar por la pendiente. Vuelvo a montar en un sendero estrecho, revirado y con pinchos para llegar a una pista que discurre junto al río donde se encuentra el área recreativa La Fuensanta. Me alivia mucho, porque ya iba retrasado (por la valla y el portabultos roto) y porque sabía que podría haber alguna posibilidad de llegar de día a Tolox para coger el coche.
Tras avanzar bastante a la vera del río, llego a la carretera y me dirijo rápido hacia Yunquera en prolongada subida. Ya iba cansado y medio apajarado, y a las 17:15 (quedaba una hora de luz) iba pensando en los 15 kms de subidas y bajadas que me quedaban. Bordeo el pueblo sin llegar a entrar y comienzo el último tramo de esfuerzo, pensando ya en la posibilidad de hacer otra noche en la montaña. El problema era que, por el malestar de estómago no comí prácticamente nada en el día, no habiendo tenido tiempo para pararme a buscar comida por el retraso que me supuso la maldita valla y la rotura del portabultos. Y no me apetecía pasar otra noche en la montaña, sin ducharme, sin comida y casi sin agua, por lo que hice un último esfuerzo y continué.
Rodé casi sin luz, intuyendo, hasta que, ya en la bajada boscosa hacia Tolox, no tuve más remedio que parar y poner una luz de emergencia que llevaba. Como no alumbraba mucho tuve que ir con mucho ojo.
Hacía frío pero ya no quería abrir el petate hasta el pueblo, que ya divisaba a lo lejos. Llamo a casa para tranquilizar y continúo rodando en la noche, sin nadie, sin nada, muy tranquilo, con una sensación extraña entre extenuación y satisfacción, entre alegría de llegar y tristeza de acabar.
Entro en las primeras rampas cementadas del pueblo sobre las ocho de la noche y no me lo creo (ni las personas que me veían llegar). Cojo el coche y me dirijo a casa.