Han pasado unos meses y ha llegado el momento de explicar la que ha sido mi primera experiencia cicloviajera.
Datos:
Ruta circular de 5 semanas por Japón. Unos 1900 km y creo recordar que unos 30 o 35 mil de desnivel positivos.
La burra, bautizada "Sakura", una trek x-caliber 7 de serie. Salvo las cubiertas. Unas marathon mondial.
Empecé la aventura cargado de ilusión, emoción y bastantes nervios.
Empaqué la bici de maravilla y me llevaron al aeropuerto de Barcelona. Esperando el vuelo, me llevé el primer disgusto: libro electrónico roto
El vuelo con Aeroflot perfecto. Buen precio, no se paga por transportar la bici (cumpliendo normativa de tamaño y peso) y sin retrasos.
Llegado a Tokio, salí a la calle a montar la bici. Había un agujero en la caja... En la aduana de Moscú me habían cambiado el hornillo (coleman 442) por una hoja oficial sellada, firmada y escrita en ruso. Otro traspiés.
Tras contestar unas preguntas para la televisión nipona (no pensé en preguntar "y esto, cuando lo echan?") me hice a la carretera. Salir de la zona aeroportuarea fue un poco complicado, pero una vez fuera todo fue como la seda. Buena temperatura, estupenda carretera (o carril bici/peatonal) el viento en la cara, el sol radiante y un horizonte de nuevos paisajes, aventuras y descubrimientos increíbles.
Dos horas duró la alegría. Hasta que sin saber como el GPS se lanzó al suelo. Por suerte no se rompió "del todo" pero perdí todas las rutas y el acceso a la memoria interna.
- Vale! Bien! Con alegría! No pasa nada! Pa' lante!
No hay mal que por bien no venga, verdad? Aprendí algunas opciones y funciones del GPS que serán útiles en el futuro. Compré otro hornillo para Japón (y otro coleman cuando llegué a casa) y la última semana, ya en Tokio, un kindle fantástico.
Como veis, fue un inicio con bastantes contratiempos. Pero al poco comenzó a mejorar. Encontré la carretera deseada a orillas de un inmenso lago lleno de grullas. Montañas al fondo. Arrozales maduros a la derecha... Precioso. Tomando fotos, pensando: ahí podría plantar la tienda y comprendiendo por primera vez que ya estaba inmerso en la aventura.
Dos fueron los primeros enemigos: la soledad y el aburrimiento.
La soledad porque aunque en Japón hay japoneses (pocos fuera de las grandes urbes) son gente cerrada, poco dados a hablar al desconocido, tímidos y avergonzados por no hablar inglés. Así que pase días, semanas, sin más comunicación que "konichiwa", "arigato" y "sayonara"
Por otro lado, el aburrimiento. Especialmente cuando a las 5 montaba la tienda y a las 6 se hacía de noche... Con un libro habría sido genial, con un compañero, aun mejor. Pero me veía encerrado en la tienda yendo a dormir a las 7... 8 como tarde.
Y así pasaban los días. A las 4 de la mañana en pie. A las 5 empezaba el sol a despuntar y mis piernas a trabajar. Paraba. Foto. Café. Foto. Konichiwa, un ramen! Arigato, sayonara. Foto. Café... Feliz. Disfrutando cada kilómetro, maravillado con cada paisaje, cada campo de arroz, amarillo y verde lima bajo el sol. Cada templo y cada montaña clavados en las retinas.
Pero luego llegó el peor enemigo: la lluvia. Y llegó para quedarse. Un día de lluvia, dos días de lluvia, una semana de lluvia... Un tifón que se acerca, un tifón encima. Miles de desplazados y algún fallecido por un tifón cerca de Tokio...
Entre tanto algún día de clemencia, que me animaban y espoleaban a seguir adelante, a seguir descubriendo y conociendo.
Los locales me dijeron que era totalmente inusual que en setiembre lloviera tanto. Que era el setiembre mas lluvioso de las últimas décadas... Vaya suerte también!
Y con la lluvia vino el frío, las subidas con impermeable, la ropa mojada, las noches calaíto, las zapatillas encharcadas, las ganas de tirar la toalla y volver a casa. Me vi sentado en la puerta de un 7/11 llorando por no saber que hacer, tiritando de frío y sin ropa seca. Mirando el tiempo que anunciaba tormenta por una semana, por lo menos. Hasta ahora, recordándolo, me da pena el victor sentado en la puerta de aquel 7/11.
Lo que no te mata, te hace más fuerte... Cogí la bici por los cuernos (figuradamente) y me puse a dar pedales bajo la tormenta. Con sufrimiento llegue a Nagano, donde encontré un hostal donde pasar la noche.
Esa fue la primera vez que me enfrenté a la renuncia. En que saboreé la posibilidad de volver, de rendirme, tirar la toalla. Por tres veces más me enfrentaría a ello. Y a 400 km de llegar a Tokio en la estación del minúsculo y recóndito Kabuto me dejé vencer. Sin vergüenza y sin remordimientos, la lluvia me superó. Cogí un tren a Tokio a descansar la última semana.
Aun así fue una experiencia increíble. De altibajos, de contrastes... Irrepetible, pero lo repetiría.
Los templos de Nikko, los Alpes japoneses, el castillo de Himeji, los campos de arroz bajo el capricho del sol, el ramen de Osaka, la costa, la superación física y mental, Kanazawa, Takayama... Por citar un par de ejemplos, valió el sufrimiento.
He ahí la agridulzura nipona.