Por segunda vez hoy he completado el anillo verde de Madrid. Aparte de un pequeño desvío para saludar a Antonio Martín, el orfebre de la bicicleta de Carabanchel Alto, he efectuado el recorrido sin pifias mayores, aparte de un pequeño 'loop' por la Casa de Campo, mi particular 'agujero negro' del recorrido.
Esta mañana, después de desayunar, he ido a hacer unos recados. El mercado del barrio (Alameda de Osuna), Carrefour, Decathlon y Forum. Que decepción. En este último almacén, aparte de unos precios de escándalo, apenas tenían prendas técnicas para ciclismo (buscaba algún tipo de cazadora con bolsillos laterales) y lo poco que había era de las tallas M y L. Sin comentarios.
He llevado la compra a casa, la he ordenado y me he disfrazado de butanito (Jofegaber sabe de lo que hablo) para emprender mi travesía. Como ya era tarde (las 14h00), pues eso, como con mi hija que acababa de llegar del cole.
Al filo de las 16h00 he iniciado mi ruta. En vista del ventarrón que llevaba soplando todo el día, he decidido volver a hacer el recorrido en el sentido de las agujas del reloj, ya que en caso contrario arrancaría con el viento de cara. ¡Iluso!
Al principio, todo ha ido bien. Me he quedado sorprendido cuando por Las Rosas, Vallecas, Palomeras y Entrevías rodaba en el llano a cerca de 50 km/h, cuando normalmente suelo hacerlo a poco más de 30. Para mi desgracia, al llegar al Parque del Manzanares (Usera) he descubierto a lo que me iba a enfrentar a partir de ese momento: viento de cara.
Allí ha comenzado mi calvario. Notaba cómo las fuerzas se evaporaban con cada pedalada. Pasado Orcasitas y coronada la cuesta de Carabanchel Alto, he remontado General Ricardos en dirección al centro, para saludar a Antonio Martín. El cuerpo me lo pedía. En la tienda sólo estaba su hija, que me ha dicho que su padre regresaría "en media hora". He aprovechado para patear un poco el barrio y hacer unas compras.
Al final, Antonio ha aparecido pasadas las 18h30. Como por arte de magia, la pequeña tienda se ha llenado de clientes. Un saludo y sobre las siete de la tarde estaba de nuevo en el anillo verde, peleándome una vez más con el viento. Ha habido momentos en que tenía que pedalear en plena descansa abajo para no pararme. ¡Me he acordado en varias ocasiones de la madre del hijo de Sumatra del Eolo!
Tal vez por ello, las parcas se han confabulado en mi contra y al cruzar por un semáforo en Aluche no he visto que frente a mi pierna derecha tenía un bolardo de esos bajitos y fornidos (gracias, señor alcalde). Al arrancar, el pie se ha quedado enganchado en tan infernal artilugio y he sentido como si mi cuádriceps derecho se desgarrase.
Me he quedado doblado de dolor sobre la biciflaca, casi sin respiración. Unos masajes y unos estiramientos hechos con mejor voluntad que acierto, me han permitido reanudar la marcha unos minutos más tarde. El muslo derecho protestaba a cada pedalada. He recorrido el barrio y cruzado la Casa de Campo, para salir a la Ribera del Manzanaraes y volver... a la Casa de Campo.
Una vez que he logrado sustraerme a la fuerza gravitatoria de la susodicha, he cruzado sobre la M-30 a la altura del Hipódromo, donde mi maltrecho cuádriceps ha dicho basta. El viento y aquel dolor me han hecho considerar la opción de telefonear a Marta (mi abnegada spouse) para pedir que viniese a recogerme.
Más friegas y más estiramientos. He comido algo, bebido otro poco y he decidido probar suerte. Delante aguardaban los 16 km de subida entre Puerta de Hierro y Monte Carmelo, convenientemente barridos por el inagotable Eolo. En ocasiones he tenido que recurrir al plato pequeño para poder continuar. De nuevo he vuelto a pensar en llamar al coche escoba, pero he decidido aguantar un poco más.
Renqueando he llegado a Monte Carmelo, donde viven dos de mis hermanas. He visto luz en casa de una de ellas y he telefoneado. Me ha saludado desde el balcón y me ha invitado a subir. Me he resistido a aquel canto de sirenas, sabía que aceptarlo hubiese supuesto el fin del viaje. Y ya había superado lo peor... o casi.
Vuelta a los pedales. Ya de noche, he cruzado Las Tablas, he remontado San Chinarro y me he enfrentado al último obstáculo serio del periplo: los 600 metros del 'Tourmalet de Santa Vigilia', en el extremo noreste del barrio de Hortaleza. Un chavalote -no tendría más de 20 años- que iba delante de mí, ha echado pie a tierra, rendido ante la conjunción de pendiente y viento de cara.
Pese a las protestas de mi muslo, he logrado coronar el 'puerto'. Y desde allí, todo descansa abajo hasta casa. He llegado al barrio exhausto, pero feliz como un niño. Han sido 71 kilómetros, 50 de ellos contra el viento, y he ganado, así que, si habéis tenido la paciencia de leer hasta aquí, por favor, un aplauso. Hoy sí que me lo he ganado.