Durante este pasado puente de Todos los Santos nuestro destino lo decidió internet. Queríamos pasar unos días haciendo rutillas, pero sin gastarnos mucho dinero, así que le dimos un toque al booking.com para que nos buscara ofertas hoteleras para esas fechas. Cuando encontramos una buena en Roses no nos lo pensamos dos veces. Adoramos L'Empordà y el tiempo parecía que iba a acompañar por la zona. ¡Nos íbamos hacia la Costa Brava, iujuuuuuuuuuuuu!
El sábado, día de traslado, decidimos tomárnoslo para hacer un poco de turismo (el día era gris y llovisqueaba de vez en cuando). Estuvimos en Figueres visitando el Castell de Sant Ferran, la mayor ciudadela de todo Europa. Nos apuntamos a la visita guiada y fue espectacular, ¿os imagináis navegar en una lancha por las cisternas de agua que abastecían a 4000 personas, bajo tierra, agachando la cabeza para poder pasar por ese silencioso y oscuro laberinto de túneles? Una gozada. El museo Dalí de Figueres es de obligada visita, pero os recomiendo encarecidamente que visitéis también el Castell de Sant Ferran. La visita fue larga y cuando salimos estábamos muertos de hambre. Nos quedamos a comer en una crepería de lo más surrealista (no podía ser de otra forma) al lado mismo del museo, la crepería bretona Annaíck, os la recomiendo por la decoración en sí y por la comida, ¡qué rica!
Por la tarde partimos ya hacia Roses, donde nos instalamos (Hotel Prestige Goya Park, 48 euros la habitación, desayuno buffet incluído) y dimos nuestro primer paseo al borde del mar. Ya teníamos ganas de comenzar a pedalear, pero sólo tuvimos que esperar unas horas…
A pesar de los nubarrones de la víspera, los pronósticos no fallaron y amaneció un día espectacular, ¡a las 9 de la mañana ya se podía ir en manga corta! Iba a ser un buen día, sin duda.
Tras unos apacibles kilómetros por el paseo marítimo y las urbanizaciones costeras, comenzamos a dejar las casas atrás. La inmensa bahía de Roses aparecía ante nosotros en todo su esplendor:
Por supuesto, no faltaban las paradas aquí y allí, como por ejemplo en la Punta Falconera, donde pudimos disfrutar de las vistas y echar un vistazo a uno de los muchos búnkeres que hay por allí. ¿Me tiro o no me tiro?...
La pista iba subiendo de manera suave, la temperatura era perfecta, el mar estaba espectacular, ¿os extraña que Kim sonriera de esta manera?
Siempre lo digo, pedalear al lado del mar es una de las cosas que más me gustan de este mundo. Dan igual las pendientes, da igual todo…
Y esas luces… Había pasado por esta pista en otras dos ocasiones, pero en ninguna con tanta luz, todo era aún más bonito de lo que recordaba:
En la Cala Montjoi, donde se encuentra El Bulli, el agua tenía un toque turquesa de escándalo:
No podía faltar la típica foto junto a El Bulli. Es igual que ya esté cerrado, es un lugar mítico que sigue llamando la atención:
Una vez pasado El Bulli la pista empeora un poco, pero sigue siendo perfectamente ciclable y no para de subir y bajar. Ya comenzábamos a estar rodeados del típico paisaje árido del Cap de Creus:
Aunque por allí pueden pasar coches, brillaban por su ausencia. Más adelante ya tienen cerrado el paso, y entonces sí que la tranquilidad se vuelve total:
Tras un tramo de subida más exigente apareció ante nosotros, al fondo, el faro del Cap de Creus. Hasta Cadaqués todo sería bajada…
¿Qué decir de Cadaqués? Es como un oasis de un blanco inmaculado. Pocos kilómetros antes parecía que estábamos solos en el mundo y de repente apareció ÉL… buaaahhh, cómo me gusta…
Nos entretuvimos un rato callejeando, subiendo y bajando por sus pinas calles empedradas, visitando la iglesia de Santa María…
Y como queríamos llegar hasta Portlligat, donde se encuentra la casa-museo de Dalí, seguimos pedaleando por caminillos pegados a la costa:
Desde luego, Dalí no era tonto, eligió un lugar paradisíaco como vivienda. Dicen que la tramuntana le transtornó, pero yo creo que no, que fue vivir en un lugar tan hermoso lo que le volvió loco…
¡Qué lugar, qué aguas tan cristalinas! Había allí unas casas modernas, de una sola planta, con grandes cristaleras con vistas al mar, que quitaban el hipo. Le miré a Kim y le dije “como nos toque el gordo de la ONCE… ¡ay como nos toque el gordo de la ONCE!”.
Ya de vuelta al centro de Cadaqués nos quedamos a comer en una terraza, a muy pocos metros del mar. Fue uno de esos momentos en los que piensas, ahora mismo soy feliz…
La vuelta habíamos decidido hacerla, al menos durante el primer tramo, por carretera. Eso nos permitió tener unas vistas de “la parte de atrás del pueblo”, diferentes a las que habíamos tenido hasta entonces:
La carretera resultó agradable, pendientes poco exigentes, buen firme, bastantes curvas y no demasiado tráfico (era la hora de la sobremesa). Al llegar al Mas de Perafita, imponente, paramos a hacer alguna fotillo de sus viñas con vistas al mar:
Esa carretera nos podría permitir llegar directamente y sin sobresaltos hasta Roses, pero ésa no era nuestra intención. En el mapa habíamos visto una pista que nos obligaría a continuar subiendo, pero que tenía una pinta estupenda, y decidimos probar. Para acceder a esa pista teníamos que desviarnos por otro carretil asfaltado que lleva hasta el Coll del Pení. Este tramo nos permitió dejar abajo la carretera de Cadaqués rápidamente:
Era bastante más agradable pedalear por un asfalto en el que sabes que las posibilidades de encontrarte con un coche son mínimas:
Al acercarnos a la base militar de El Pení el acceso está restringido, allí mismo es donde nos teníamos que desviar por la pista (en realidad lo que teníamos que hacer era continuar recto):
La pista continuaba subiendo, pero estaba en buenas condiciones. Ya se intuía que después de unas curvas llegaríamos al Puig Alt, desde donde todo sería bajada hasta Roses:
Y efectivamente así fue. Después de cada subida siempre viene, irremediablemente, una bajada, fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…
Y tras una curva a la izquierda… ¡halaaaaaaaaaaaa, qué vistas hacia Roses!
Y seguir bajando…
Y bajando, ahora al lado de bonitas viñas de aspecto otoñal:
La pista desembocó en la carreterita de acceso a El Bulli, pero enseguida la abandonamos para seguir por pista en dirección al faro de Roses. Las urbanizaciones ya estaban a nuestros pies, pero aún nos quedaba bajar bastante, ¡qué gozada!
Al llegar al faro paramos a hacer algunas fotos. En el cielo había nubecillas un tanto sospechosas de cambio de tiempo, pero las previsiones continuaban siendo buenas.
Terminamos la ruta sentados en una terraza del paseo marítimo, con un batido de chocolate en las manos. Había sido una ruta espectacular, con un sol y una temperatura ideales ¡a las puertas del mes de noviembre! Y aún nos quedaban dos días de rutas…
Cuando nos levantamos al día siguiente no veíamos el sol por ningún lado. No problem! Serán las nieblas matinales que anunciaban, pensamos. Ese día tocaba montaña, hayedos otoñales, subidas fuertes… Nos acercamos en coche hasta Sant Climent Sescebes, a poco más de 20 km de Roses y comenzamos la ruta. Volvíamos a estar en zona militar, así que apretamos el paso en busca de parajes más plácidos (y pacíficos):
La ruta no tenía pérdida. Teníamos que dirigirnos hacia el Castillo de Requesens y la señalización era buena:
La primera parte de la ruta no tiene mucho reseñable, pero siempre hay excusas para parar a hacer fotos, como ésta del Menhir de Santa Fe dels Solers. L’Albera, que es el paraje natural donde nos encontrábamos, está llena de construcciones megalíticas, de hecho aquí se encuentra una de las concentraciones más importantes de Catalunya:
Como podéis apreciar el día no era muy luminoso, pero allá al fondo, hacia las montañas, parecía que quería comenzar a despejar…
Y fue empezar a ganar altura (Sant Climent de Sescebes se encuentra a tan sólo 80 m sobre el nivel del mar) y cambiar el paisaje:
Por fin divisamos nuestro primer objetivo, y Kim no pudo evitar subirse a una roca para “cazarlo”:
Y ese objetivo no era otro que el Castillo de Requesens, hacia el que teníamos que dirigirnos…
…Y que cada vez veíamos más cerca, un castillo espectacular, aunque su reconstrucción le dejó un aspecto un poco artificial, como de cuento:
Poco después nos encontramos con tres preciosas terneras que nos miraban con una tranquilidad pasmosa. Lo que no sabíamos entonces era que las vacas, toros y terneras iban a ser nuestras compañeras constantes durante la subida al Puig Neulós:
Llegamos por fin al cruce de pistas en el que debíamos estar atentos. Si seguíamos recto llegaríamos a Requesens, no el castillo, sino las cuatro casas y el santuario, y si nos desviáramos a la derecha comenzaríamos la dura subida al Puig Neulós. Aunque éste último era nuestro objetivo, nos desviamos un momento hacia la cantina de Requesens para tomarnos un refresco, reponer fuerzas y reservar mesa para la comida. En un lugar tan bonito ¿qué más da desviarse un poco de la ruta?
Y comenzó la subida dura. El primer kilómetro tiene bastante pendiente y tramos muy pedregosos, que nos obligaron a bajarnos de la bici a empujar, pero fueron cortos. Sin embargo ambos pensamos que si toda la subida era así, sería complicado… Pero bueno, parecía que la cosa se arreglaba:
Sólo había una cosa que empañaba (un poco) la subida: el sol, que brillaba por su ausencia. De hecho, cada vez el cielo estaba más tapado:
Pero bueno, el colorido otoñal de los bosques ya comenzaba a notarse:
Y las luces no eran malas, todavía, así que se podían hacer bonitas fotos:
De la subida ¿qué os puedo decir? Que es dura, pero preciosa. Desde el desvío a la cantina de Requesens son ocho kilómetros en los que hay que ascender 800 metros, así que las cuentas son muy fáciles: ocho kilómetros al 10% de pendiente media. De todas maneras, más que la pendiente lo que hace durilla la subida es el terreno pedregoso, que te obliga a subir con bastante concentración:
Concentración que me impidió echarle una sonrisa al fotógrafo, jejeje:
Cuando ya estábamos en la parte más alta, prácticamente pisando suelo francés, apareció ella, la niebla…
Que hizo que en el último kilómetro, ya por pista asfaltada (los franceses lo ponen todo más fácil) no viéramos absolutamente nada. El GPS decía que sí, que estábamos ya en el Puig Neulós, el pico más alto de la Serra de l’Albera, pero no lo veíamos… ¡ah, sí, allí está, venga, venga, una fotico!
Niebla, frío, humedad… y sin las ansiadas vistas al Roselló y l’Alt Empordà. Nada, Kim, tendremos que volver en otra ocasión, que me quedé con las ganas. De todas formas, nos encanta dejar cosas pendientes, excusas para volver. Pero bueno, en ese momento lo importante era la butifarrada que nos esperaba en la cantina de Requesens así, que ¡hala, a bajar!
Furon dos horas de subida (incluídas las paradas para hacer fotos) y una de bajada (una bajada que no sirvió en absoluto para descansar), así que llegamos a la cantina con ganas de comernos hasta el cartel:
Lo que quedaba después de comer, como puede apreciarse en el perfil de la etapa, era pan comido. Enfilamos cuesta abajo la pista que lleva a Cantallops:
Pero como no nos gusta elegir los caminos más fáciles, a mitad de la pista nos desviamos por el Camí Vell de Requesens. La llegada al pueblo por este camino es más complicada que por la sencilla pista, pero mucho más divertida: ¡16 curvas de herradura en menos de dos kilómetros!
El día estaba más oscuro de lo que parece en las fotografías, y con el cambio de hora no tardaría mucho en meterse el sol (allá donde estuviera), así que salgo movida en las fotos. En esta foto parece que la bici corre más que las bandas reflectantes de las cubiertas, jajaja:
Al llegar por fin a Cantallops nos tocó reorientarnos y ponernos a correr. Efectivamente nos estábamos quedando sin luz (y no llevábamos faros), pero afortunadamente los últimos kilómetros, que coincidían con el inicio de la ruta, ya nos los sabíamos, y eran cuesta abajo y sin dificultades, así que llegamos al coche casi sin luz, pero más contentos que unas pascuas. Ya sólo nos quedaba parar en algún pueblo camino al hotel y comprar unos panellets para celebrar la víspera de Todos los Santos como manda la tradición.
El último día volvió a amanecer soleado ¡bien! Como os he dicho, nos gusta dejar cosas pendientes, así tenemos excusa para volver a los lugares que nos gustan. La última vez que estuvimos por L'Estartit pensábamos subir a la Rocamaura, pero yo tenía un trancazo del 15 y me quedé sin fuerzas para subir sus rampotas. Ésta era la ocasión perfecta para, ya de camino a casa, ir hacia el Baix Empordà y hacer una rutilla chula que incluyera la subida. Dejamos el coche en Sobrestany, al lado de Bellcaire d’Empordà, y comenzamos a pedalear por el Espacio de interés Natural de El Montgrí.
Poco después de salir pasamos por la Torre Ferrana, una bonita masía del siglo XV con torre defensiva, reconvertida hoy en día en casa de colonias:
Tras unos kilómetros de pista Kim me indicó que le siguiera: la pista era demasiado fácil, quería ponerme a prueba metiéndome por un camino paralelo, el Camí de les Dunes, un camino arenoso en el que se hace complicado pedalear según en qué tramos. Ese día la arena estaba bastante húmeda, lo que facilitaba las cosas, pero de todos modos me pegué más de un derrapaje… Eso sí, fue muy divertido:
Cuando el camino volvió a desembocar en la pista ésta ya era algo más empinada, pero no presentaba mayores dificultades:
Y llegamos al Coll de Les Sorres, donde pudimos descansar durante un corto tramo asfaltado:
Pero estábamos siguiendo el GR de la costa, y enseguida nos llevó nuevamente por caminos de tierra, en los que coincidimos con un grupo de jinetes que también se dirigían a la Rocamaura:
Llegamos a una zona más plana, estábamos rodeados de pinos de lo más fotogénico, así que tocaba hacer alguna foto:
Pero se acabó la placicez y comenzó la diversión: los rampones de la parte final de la ascensión (el tramo más duro, del 24%):
La recompensa al esfuerzo la podéis ver aquí abajo: unas vistas impresionantes de L’Estartit a nuestros pies, el Mediterráneo y las Illes Medes:
También hicimos fotos “con bicho”, para dejar constancia de que sí, de que habíamos llegado hasta arriba (no os fijéis en mi pelo estilo Bart Simpson, por favor, es la consecuencia de tener un pelo demasiado moldeable, jajaja):
Comenzamos la bajada con las vistas de la Torre Moratxa delante de nosotros:
La vuelta no la hicimos por el camino de las dunas, sino por unas sencillas pistas…
…de inmensas rectas:
“¡Mira, Amaia, qué poco queda, allí está Sobrestany, donde hemos dejado el coche!”
Tan cerca estaba que llegamos en cinco minutos, ¡ohhhhhhhh! Se habían acabado las rutas. La de ese día había sido cortita, pero intensa y muy bonita. Para celebrar lo bien que nos lo habíamos pasado durante todo el puente nos acercamos con el coche hasta Ullastret, un pequeño y precioso pueblo amurallado, donde comimos en un lugar muy especial, el Restaurant El Fort, asociado a la red “slow food”. En su carta tienen un “menú del ciclista” que creo que tendría que llamarse “menú del ciclista pijo” (25 euros, café y servicio de terraza aparte). De postre, no podría ser de otra forma en Ullastret, comimos recuit, una especie de requesón de leche de cabra que, con un poco de miel, está delicioso. Prohibido irse de este pueblo sin probarlo.
Pero valió la pena, el lugar, el servicio, el ambiente, la comida, los detalles como el pan de cebolla que nos sacaron como aperitivo en una “panera” muy especial, todo se conjugó para redondear unos días estupendos.
Volveremos a l'Empordà, ya lo creo que volveremos…