Al fondo la sierra de Mijas, cerca de casa.
Aquí, junto a unas ruinas, encontré un mandarino asilvestrado y varios almendros, todos amargos. Las mandarinas, enanas, estaban muy fuertes, ácidas, así que sólo me tomé tres y eché en la riñonera otras tres o cuatro. También había varias palmeras, de las que no pude conseguir dátiles. Me quedé un rato observando la ruina que en su día sería la vivienda de alguien, los restos de civilización, los muros degradados y la tierra yerma. La sensación que tenía era similar a cuando camino por la calle y pienso en la historia que habrá detrás de cada persona con la que me cruzo.
Tras llegar de nuevo al cruce de Contadoras, tomo hacia el norte y circulo las próximas horas por unas pistas con un paisaje espectacular… soy malagueño y no había pasado antes por aquí… esto es imperdonable. Ya había llovido suficiente como para que el barro frenase la bici y eso me hacía pensar, pues, a pesar de tener comida, el día continuaba amenazando lluvia y la siguiente jornada sería laboral. Lo bueno era que de momento no llovía y las zonas de más barro las pasaba algo rápido, para no frenarme en exceso. En realidad, el barro no era excesivo y me manejé bien con mi delgada rueda trasera.
Entro en la zona de vertientes del Norte, bonita, y me recuerdan a los dedos de la pata de un lagarto, por las forma de sus vaguadas y divisorias.Como el gps lo llevo bajo de baterías, lo apago y me equivoco de pista; llego erróneamente a la carretera y tengo que dar media vuelta y recorrer unos dos kilómetros … grrrrr. Tomo la pista correcta por una pendiente de más del 20 %, desmontado, e inicio la zona Este de la ruta en dirección Sur: zona igual de bonita, pero empieza a llover de nuevo. Si ya había barro, ahora con la lluvia no veía bien por las gotas que se acumulan en los cristales de las gafas. Empiezo a dudar si podré terminar la ruta y a plantearme itinerarios alternativos para llegar a la carretera. Continuo con el gps apagado, sólo lo abro a veces para comprobar y grabar el recorrido, aunque fuese tan sólo en las intersecciones de caminos; si no, corría el riesgo de agotarse y quedarme en medio de la nada y sin mapa (error de bulto). Como un poco tozudo sí que soy, continué hasta que el recorrido me llevó a un tramo de carretera, y dudé, pero al poco decidí continuar por tierra la ruta prevista. Sabía que el camino iba zigzagueante pero cercano a la carretera, que quedaba al Este, por lo que en caso de querer tomarla era cuestión de ir eligiendo las pistas que allí parecieran dirigirse, con el método prueba-fallo; lo malo sería el desgaste por caminos erróneos y el tiempo que perdiera.
Paso relativamente cerca de la zona de Torrijos – donde estuve por la mañana – y por el cruce de Contadoras, para después dirigirme a la Fuente de la Reina (primer sitio de agua potable, pero de verdad). A estas alturas, se agradece que el camino discurra por carretera durante unos kilómetros, pasando por las típicas ventas malagueñas de “los montes”, donde acudía de niño con mis padres a tomar media copita de vino dulce ( antes se permitía, jiji) y un buen “plato de los montes” (lomo adobado en manteca con patatas, huevo, pimiento y chorizo)… Venta Galwey, El Boticario, El Mijeño, etc.
Málaga atardeciendo, con los primeros y únicos rayos de sol de la jornada, y con lenguas de nubes procedentes del Estrecho de Gibraltar.
El objetivo estaba casi cumplido y sería muy raro no poder concluir el plan. Ya desciendo el último tramo y busco sitio apropiado para dormir. Lo haría no muy lejos del coche, para que un imprevisto no pudiera evitar mi trabajo del día siguiente.
Ceno dos bellotas, dos almendras pequeñas, una algarroba y una ensalada de diente de león con naranja ácida. La noche fue ventosa, pero al menos no llovió.
La verdad es que ni en la noche ni al despertar me notaba más cansado que otras rutas exigentes – o sea, estaba “hecho polvo” – , por lo que pienso que los alimentos que he tomado me han repuesto decentemente (las sales de las mandarinas, la grasa de los frutos secos y las aceitunas, y los hidratos de las algarrobas). En total, la comida del día ha consistido en unas seis algarrobas pequeñas, seis o siete mandarinas (como una mandarina grande de las normales), unas doce bellotas, sobre veinte almendras, unas quince hojas de diente de león, seis aceitunas y … ¡sorpresa! mi primer gusano. Tenía que llegar la prueba de fuego, y llegó, pero con cierta trampa: lo mezclé con un poco de algarroba, aunque se notó la diferencia, y no para bien.
El despertar fue agradable, como casi todo vivac, sin deseo de salir del saco porque se está muy a gusto. Me tomo unas bellotillas y hala, a pasar fresquete bajando hasta el coche.
Esta idea de la autosuficiencia surgió de plantearme un viaje de una semana por la Transnevada en autosuficiencia, que deseché por la falta de un compañero. Ya hice esta ruta hace año y medio, pero ahora pretendía autoabastecerme. No es que con esta prueba de anteayer esté ya todo claro, ni mucho menos. Antes quizá haga la prueba de un fin de semana, o si me animo, finalmente una mini prueba por el terreno que vaya a discurrir la ruta, para observar, en general, su naturaleza. También quedarían otras cosas, como estudiar algo más lo que es comestible, practicar la recolección (encadenar varios días exige comer más de lo comido en esta microaventura), y sobre todo encontrar un compañero… ¡ay! ¡Qué difícil va a ser esto último!