Tenía una espinita clavada con la Ruta del Cister desde hacía siete años. Por aquel entonces Kim ya la había hecho dos o tres veces y me la quería enseñar, pero sólo pudimos hacer la primera etapa. El segundo día salió diluviando y no nos quedó más remedio que volver pitando por carretera. Desde entonces muchas veces habíamos dicho, a ver cuando la volvemos a hacer, pero por una razón o por otra no llegaba el momento. Hasta este fin de semana pasado… Este fin de semana me he quitado la espinita, vaya si me la he quitado, a lo grande, por el tiempo que nos ha hecho, por las ganas que le hemos puesto, por lo felices que nos hemos sentido. Y una ruta así merece una crónica, ¿no os parece?
La Ruta del Cister (GR 175) une los tres monasterios cistercienses de Poblet (la Conca de Barberà-Tarragona), Vallbona de les Monges (Urgell-Lleida) y Santes Creus (l’Alt Camp-Tarragona). En realidad creo que los tres monasterios son una excusa (hermosa excusa por otra parte) para conocer unas comarcas, unos paisajes, unos pueblos… encantadores. Un sitio inmejorable para comenzar la ruta es Montblanc, ya que además de ser un pueblo precioso es el único lugar al que se puede llegar en tren. Nosotros nos alojamos en la
Fonda Bohèmia Riuot, muy bien situada en el centro histórico amurallado, a tiro de piedra de la Plaça Major. Fueron muy amables y nos encontramos muy a gusto las dos noches que pasamos allí. Y además a buen precio (46 euros la habitación doble, sin desayuno). Recomendable.
Como en la fonda no servían desayunos, el primer día salimos fuera a desayunar y aprovechamos para dar una vuelta por el bonito pueblo, que con esas primeras luces del día aún lucía más. Montblanc es unas de las villas medievales mejor conservadas de Catalunya, con unas impresionantes murallas que se mantienen prácticamente intactas. Un pueblo que merece una buena visita.
Pero bueno, al grano, a la ruta… Durante todo el recorrido seguimos las señales de la Ruta del Cister, con sus variantes para BTT. Pero además hicimos nuestras pequeñas variantes, bien porque queríamos pasar por algún sitio concreto, bien porque la ruta oficial nos metía por pequeñas trampas que no nos convencían por su poca ciclabilidad. De esta manera el track que grabamos quedó ciclable al 100%.
Tras desayunar fuimos a buscar las bicis a la fonda, las pusimos a punto y, con ese sol que me daba la vida tras meses y meses de lluvia en Pamplona, comenzamos a pedalear.
Fue salir del pueblo y vernos ya rodeados de color. ¡Cómo olía esa retama!
Al pasar por la capilla de Sant Miquel hicimos la primera parada contemplativa, la primera de… ¿trescientas mil?
Como podéis ver, la ruta está muy bien señalizada. Tan sólo al atravesar algunos pueblos se echa en falta alguna señal, pero sin mayores problemas.
Nos acercábamos a Poblet, el primero de los monasterios cistercienses que dan nombre a la ruta, y ante nosotros se alzaban las Montañas de Prades.
Poco antes de llegar al monasterio paramos en la Font del Abat Siscar para refrescarnos y probar los tres chorros, dos de hierro y uno de magnesio. El propio caño de la de hierro ponía cara de asco, parecía decir ¡puaajjj, este agua está oxidada!
El monasterio de Poblet es una maravilla. Si se tiene tiempo merece mucho la pena hacer una visita guiada (está declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad). Toda una joya.
En el propio monasterio hay una oficina de turismo, así que aprovechamos para comprar el carnet 6T (un euro). Funciona más o menos como el del Camino de Santiago, hay que irlo sellando en diferentes lugares y al final te envían un diploma acreditativo de haber hecho la Ruta del Cister. Con él además se obtienen descuentos en distintos establecimientos. Nosotros lo compramos y lo rellenamos para tener un recuerdo de la ruta.
Dejamos el monasterio y nos dirigimos hacia l’Espluga de Francolí, haciendo la foto de rigor junto a la entrada de la cueva que da nombre al pueblo (espluga quiere decir cueva en catalán).
Y entonces comenzó la parte más relajante de la etapa, caminos y pistas entre viñas…
Campos de cereal salpicados por flores de todos los colores…
De esta manera íbamos ganando altura casi sin enterarnos. ¡Cómo disfruto de estos paisajes agrícolas tan relajantes! Incluso algo tan ajeno a ese entorno, los aerogeneradores, tenían su gracia.
La ruta marcada pasa junto al Santuari del Tallat pero sin llegar a él. Nosotros queríamos visitarlo así que cogimos el caminito de la antigua ruta del Císter que sí pasaba por allí. Estaba bien escondido (alguien se había cuidado de camuflarlo), pero como Kim lo conocía no tuvimos problema para encontrarlo.
El Santuari del Tallat es un lugar de paz. Actualmente está mucho más cuidado que la última vez que pasé por allí, y fue una gozada hacer una parada para comer algo. Además el amable eremita que lo habita nos selló nuestro recién estrenado carné 6T.
Tras abandonar el Tallat quedaba un suave descenso hasta Vallbona de les Monges. Poco puedo añadir a la belleza del entorno, una imagen vale más que mil palabras.
Y es que esta primavera tan atípica, tan lluviosa, ha tenido algo bueno: los campos están floridos como si fuera el mes de mayo. No esperaba encontrármelos así, fue una bonita sorpresa.
Pero no, no era mayo, era junio, a las pruebas me remito.
Al pasar por el coqueto Montblanquet nos llamó la atención que incluso los puntos de sellado del carnet estaban señalizados.
Y así, con mucha tranquilidad, llegamos a Vallbona de les Monges, el segundo monasterio cisterciense de nuestra ruta. Y digo tranquilamente porque no bajamos por la trialera por donde pasa la ruta oficial. Es muy pedregosa e incómoda y no vimos la razón para bajar por allí cuando hay una estupenda pista alternativa que, además, permite una bonita vista aérea del pueblo.
Este bonito monasterio, el más pequeño de los tres, está habitado por monjas. Como curiosidad, a diferencia de los otros dos, no se vio afectado por la desamortización de Mendizabal, por lo que la vida monástica no se ha visto interrumpida nunca.
Comimos en el restaurante El Tallat, con muy poca prisa, y tras volvernos a dar crema para el sol (¡con las ganas que tenía yo de necesitar crema solar!) continuamos nuestro camino.
La Ruta del Cister actual pasa por Rocallaura, pero a no ser que te vayas a alojar allí (como fue nuestro caso) no es necesaria la vertiginosa bajada que te obliga a una nueva subida para salir del pueblo. Se puede seguir por la parte alta de la sierra y llegar a Belltall sin mayores esfuerzos. Pero como os digo no fue nuestro caso. Íbamos a pasar la noche en Rocallaura así que… fiiiiuuuuuuuu… ¡a bajar!
Nos alojamos en el
Antic Balneari de Rocallaura, actualmente fonda y albergue. Ahora al lado hay un nuevo balneario, un hotel de cuatro estrellas con todas las comodidades que os podéis imaginar, pero qué queréis que os diga, estoy convencida de que no tiene el encanto del Antic Balneari. Tiene ese aire algo decadente de los balnearios de otra época que nos encantó, y que nos resultó tan acogedor (cuenta incluso con una estupenda piscina, lástima no haber cogido los trajes de baño). El precio: 50 euros la habitación doble, desayuno incluído, y la familia que lo regenta, encantadora.
Como habíamos terminado temprano la etapa nos echamos una siestecita (pero qué bien sientan las siestas tras una ruta en bici y una reconfortante ducha) y nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Los pueblecitos de estas comarcas agrícolas no destacan en la lejanía, son muy miméticos, pero cuando te metes dentro de ellos tienen rincones preciosos.
Y, todo hay que decirlo, son muy reivindicativos. Se notaba que estábamos en la “Catalunya profunda”
Esa noche, en l’Antic Balneari, cenamos de maravilla. Cómo estaban esos tomates, madre mía… Y pudimos probar por fin el agua de Rocallaura, si tenéis piedras en el riñón id allí, tomad unos cuantos vasos y… ¡clin, clin, clin, clin, clin!, las piedrecitas irán cayendo una tras otra, jajajaja.
El caso es que no sé si fue el litio y el estroncio del agua, el influjo de la luna casi llena que entraba por nuestra ventana o el efecto del vinillo, pero esa noche dormimos como reyes.
La segunda etapa ya era más exigente, pero yo tenía unas ganas enormes de hacerla, ya que era la que me quedó pendiente la última vez. Y encima salió otro día espectacular así que… a poner en marcha el gps y a pedalear.
No podía faltar en esta crónica una foto de uno de los inconfundibles molinos Tarrago, de Montblanc, con sus característicos colores amarillo y verde. Están por todas partes, y donde esté su encanto que se quite el de los de Acciona que también abundan por la zona.
Y las amapolas… Sé que soy un poco cansina con el tema de las amapolas, pero es que me gustan tanto…
Tras atravesar Belltall seguimos por la parte alta de la sierra, aprovechando las pistas asfaltadas que unen los aerogeneradores. Ese pedaleo tan cómodo nos permitía concentrarnos tan sólo en disfrutar de las vistas hacia la Conca de Barberà.
El siguiente pueblo era Forès. Para bajar hasta él pasa un poco como con la llegada a Vallbona de les Monges, hay una pedregosa trialera que es por donde pasa la Ruta del Cister, pero habiendo otra alternativa como bajar por las pistas de los molinos preferimos hacer eso y así grabar un track más “alforjable”.
Forès es un pueblecito situado en un alto, eso lo hace muy reconocible a bastante distancia. Por su situación es un balcón con unas vistas espectaculares.
Tras una rápida bajada llegamos a Rocafort de Queralt, paradita para tomar una coca-cola y un tentempié y a seguir camino, evitando nuevamente un camino empedrado incomodísimo para la bici. Pedaleando entre viñas echamos la vista atrás y disfrutamos de una bonita vista de Rocafort de Queralt y la sierra de Forès, de la que veníamos.
Ya sólo nos quedaba atravesar otro pueblo, Montbrió de la Marca, para respirar hondo y enfrentarnos a la subida más dura de la jornada, la del Puig de Comaverd.
Se trata de una subida bastante dura, no sólo por la pendiente que es fuerte, sino por el calor que suele hacer allí y por el tipo de terreno, muy fácil de derrapar. No sólo tienes que concentrarte en el esfuerzo de la subida, sino en mantener el equilibrio. Pero bueno, subimos sin mayores problemas.
Y la bajada… pues divertida, eso sí, hay que mantener la concentración ya que el terreno sigue siendo de derrapada fácil. Hay un tramo corto en el que incluso preferimos bajarnos de la bici y hacerlo a pie, ya que era muy empinado y estaba muy estropeado por todoterrenos y quads.
El descenso del Comaverd es diferente para caminantes y ciclistas. La ruta a pie baja por un sendero no ciclable, pero todo está bien indicado.
Y en medio de la bajada, pues una subidita de ésas que hacen daño a las piernas después del esfuerzo anterior. Pero bueno, siempre está el paisaje para entretenerte y que no se note tanto el cansancio.
Llegamos a el Pont d’Armentera evitando otra bajada final asesina (escalones de piedra) y seguimos camino, ya que las tripas comenzaban su concierto de percusión. Por eso cuando llegamos al Monestir de Santes Creus nuestra alegría fue doble, porque habíamos llegado al tercer hito de la ruta y porque nos esperaba una terracita, un refresco, un bocadillo de queso y un helado, mmmmm…
Tras comer hicimos una pequeña visita al monasterio que, a diferencia de los otros dos, no está habitado. También éste merece una extensa visita, pero nosotros ya la habíamos hecho en otra ocasión, así que nos limitamos a dar un pequeño paseo y sellar nuestro carnet.
Al salir de Santes Creus hay una subida y sabíamos que enseguida perderíamos de vista el monasterio. Por eso quisimos despedirnos de él haciéndole una foto.
La siguiente parte de la ruta, de camino a el Pla de Santa Maria, me encantó. Discurre entre viñedos y edificaciones de piedra seca alucinantes. Como muestra, la Barraca de Ca l’Augé…
…Y el Cossiol del Soleta, un depósito de agua que tiene un interior en forma de cripta alucinante.
Tras atravesar el Pla de Santa Maria llegamos a Figuerola del Camp, donde se iniciaba la última subida de la ruta. Aquí ocurre otra de esas cosas incomprensibles de la ruta oficial. La variante para BTT es un camino directo que sube a lo alto de la sierra ¡por una trialera no ciclable! Y es incomprensible porque hay una alternativa perfecta (de hecho la antigua ruta del Cister pasaba por ella). Por eso, al llegar a la fuente de Figuerola del Camp, no hay que hacer caso a la indicación de la Ruta del Cister que lleva a las bicis hacia la derecha, hay que seguir recto, en fuerte subida, y seguir estas indicaciones, hacia el Coll de Coloma.
En esta foto podéis ver cómo es la alternativa ciclable: una pista perfecta, con fuertes rampas pero en las que la bici se agarra muy bien. Es exigente, pero se sube sin problemas. Eso sí, si con ese montón de curvas la subida se hace durilla, no me imagino cómo tiene que ser subir por la trialera, de forma directa, y con la bici al hombro…
Además desde la pista se tienen muy bonitas vistas de gran parte de la ruta recorrida.
Por eso mismo llegamos a lo alto del Coll de Coloma sudorosos pero con una gran sonrisa. Lo habíamos conseguido.
Ya sólo nos quedaba una empinada bajada hacia Prenafeta. Estábamos a punto de cerrar el círculo, ¿o debería decir el triángulo?
Una mirada atrás para contemplar el coqueto Prenafeta y la Serra de Jordà, de la que veníamos.
Ante nosotros de nuevo Montblanc, de nuevo las montañas de Prades… estos últimos kilómetros procuré hacerlos con más lentitud, intentando que los kilómetros se hicieran más largos… complicada misión.
Ya estaba, habíamos completado, siete años después, la Ruta del Cister. No sé si fueron mis ganas de sol, mis ganas de bici, mis ganas de Kim, o un poco de todo, pero me ha resultado una ruta es-pec-ta-cu-lar.
¡¡¡MISIÓN CUMPLIDA!!!
¿Y qué mejor forma de celebrarlo que con coca, unas copas de cava, unos petardos y la luna llena? La noche de Sant Joan entre murallas resultó mágica.
En fin, poco más que decir, que se trata de una ruta preciosa, 100% ciclable siempre que se haga en el sentido de las agujas del reloj (hay cuestones que se pueden bajar, pero no subir) y apta para cualquiera que esté un poco en forma. Eso sí, recomendable sobretodo en primavera, en plena canícula de agosto te puedes morir de calor subiendo al Comaverd…
Volveremos...
¡Bici, bizi, vici!