Jofe, no te calles, hombre, no te calles y suéltalo...
&tarr; PUBLICIDAD (lo que paga la factura)
Jofe, no te calles, hombre, no te calles y suéltalo...
Bueno, pues Noe ya ha llegado a casa sin novedad. Yo estoy escribiendo la crónica. En cuanto pueda la subo o subo un trozo. Los de las fotos, a ver si hacéis bien vuestro trabajo.
Ahí va la crónica: espero que os guste:
El viernes, 3 de febrero, salimos Noe y yo a las 9 de la mañana desde el km 9 de la autopista de Valencia. Cruzamos Rivas Vaciamadrid y paramos a hacer unas fotos a “L” en la laguna del Campillo.
Seguimos camino y en San Martin de la Vega, helados de frío, paramos y nos tomamos unos cafés y unas tostadas.
Hasta ahora tenemos el viento a favor y volamos literalmente por esas carreteras. LLegamos a Ciempozuelos y allí nos reunimos con JJ. Tomamos otro café y, ya los tres juntos, seguimos hasta Aranjuez.
Teníamos un roadbook confeccionado por Jofe que pensábamos seguir, pero un paisano nos dice que por ahí no, que eso está en obras, y nos jura y nos perjura que la Nacional no acaba en autopista. Hacemos una votación para decidir que hacemos y pierde Noe. Hacemos caso al paisano y salimos por la N400, que es una recta infinita de asfalto que llega hasta Toledo, y donde el viento nos da de lado y nos sacude de lo lindo.
En un cruce hacemos otra votación de nuevo para decidir por donde vamos y pierde Noe. De echo, Noe perdió todas las votaciones que se hicieron en el viaje y nos odió por ello. Quizás, tal vez por eso, también echó mucho de menos a Ali; por eso y por su nostalgia de conversaciones de mujeres, aunque de vez en cuando yo intentaba por todos los medios tener alguna conversación de mujeres para consolarla -le hablaba de dolores de tripa, que en la peluquería me habían recortado mal las puntas, que los cicloturistas varones sólo saben hablar de ropa técnica, que si la testosterona, que si lo tontos que se ponen los tíos con los mapas..., pero no funcionó. La realidad es que “L” le hacía más compañía que yo.
Bueno, el caso es que, a esas alturas del día, yo ya iba muerto; cada pocos kilómetros estiraba el cuello, movía la cabeza e intentaba relajar los hombros; y, a ratos, me mareaba por un pinzamiento que tengo estos días en las cervicales, y que el frío no ayuda a curar. En un momento dado, en mitad de la nada, les digo a los chicos que paren porque voy tan mareado que siento naúseas y me tengo que tumbar un instante. Entre me muero y no me muero, aprovechamos para comer algo en ese páramo barrido por el viento y cuando me recupero un poco, seguimos el camino. ¡Qué mayor estoy!, pienso, pero no me voy a dejar impresionar y sigo adelante.
Pasan las horas y JJ y Noe siguen tan frescos. Yo ya voy muerto y por el rabillo del ojo voy buscando un buen lugar donde me puedan enterrar, pero...
...no hay nada, tan sólo unos montones de piedras en los campos que me podían servir, pero los chicos se empeñan en seguir.
Los últimos veinte kilómetros se me hacen eternos, hasta que, por fin, al caer la tarde -debían ser las siete aproximadamente-, hacemos una entrada triunfal en Toledo jugándonos el tipo por una especie de autopista radial que el paisano nos juró que no existía.
Ya en Toledo y después de subir como un perro detrás de los chicos todas las cuestas que había por allí, nos reunimos con Avo y cenamos en un restaurante. Y después de cenar, ya bastante tarde, regresamos a casa de Avo a dormir.
En casa de Avo cada uno intenta dormir como puede, pero muy pocos lo consiguen realmente. Avo anda por el sofá a oscuras mirando al techo, Noe pelea a muerte por no perder el dominio de su trozo de aislante y JJ (al que llevo toda la vida oyendo que tiene insomnio, es el único que duerme a pierna suelta -porque dice que él la única forma que tiene de dormir es sintiendo que tiene una chica al lado-. Duerme feliz, soltando una parrafada a ratos, y acaba venciendo a Noe en la batalla por el aislante y ocupándolo todo).
Yo me despierto a las cuatro y media y estoy tan revuelto que pienso si no volverme a Madrid desde allí, pero espanto de nuevo mis fantasmas.
JJ me había pedido que le escribiera algo en su cuaderno de viaje, así que, para olvidarme de la triste condición en que me encuentro me dedico a escribir, y escribo esto -más por darme ánimos a mí que a él-: “Recuerda en tu viaje, amigo mío, que madurar es seguir siempre hacia adelante un día más, y, suceda lo que suceda saborear la vida. Recuerda que el conocimiento no acaba nunca y que adquirirlo es tú única misión. Recuerda que algunas veces, cuando las cosas no están claras, no tomar una decisión también es tomar una decisión, que el cielo siempre es cielo, aunque lo oculten las nubes, que madurar es crecer hacia adentro, que el envejecimiento es sólo desgaste, pero si alguien te quiere nunca mueres del todo.
Recuerda que el pasado no existe, ni el futuro tampoco. Encuentra tu ritmo en el camino y un día comprenderás que ese ritmo, tú ritmo, es tu lugar de encuentro con la eternidad.
Acepta con serenidad el dolor y la pérdida, porque el dolor y la pérdida también son parte de la vida. Lucha por tu felicidad y la de los demás con toda tu alma, porque esa es la base de la auténtica filosofía. Aprende a escuchar y a dar las gracias y deja que los buenos tiempos rueden contigo”.
Sábado, 4 de febrero: salimos de Toledo bastante tarde -son las once de la mañana-. Jofe se ha unido al pelotón.
La salida de Toledo es una cuesta grande que nos tomamos con calma. Yo aún noto el esfuerzo de ayer, pero me encuentro mejor de mis mareos. Noe me pregunta cada día si me he tomado la pastilla de la tensión -como a cualquier abuelo, vaya-, y de vez en cuando me ofrece analgésicos y antiinflamatorios que yo me tomo sin rechistar como un anciano dócil y manejable.
Desde Toledo (busco un mapa y lo miro ahora porque ya no recuerdo), creo que debimos coger la Ctra. CM4013 y pasar por Arges, Layos Pulgar y Cuerva.
Luego seguimos por la Ctra. CM4021 hasta Las Ventas de Peña Aguilera. Coronamos el Puerto del Milagro (que se llama así porque Jofe lo subió de milagro) y nos dejamos caer en una preciosa bajada mientras contemplábamos a lo lejos el Embalse de Abraham y al fondo el Parque Nacional de Cabañeros.
Ese fue uno de los momentos de euforia de la ruta. El tenderete multicolor de Noe (porque a ese barullo imposible de trastos y ropa no se le puede llamar bicicleta), se bamboleaba y daba tumbos de lado a lado del arcén mientras Noe tomaba fotos con una mano a más de cincuenta kilómetros por hora y los demás mirábamos pasmados el horizonte, las nubes, el cielo, el embalse, y todas esas cosas que el alma ve cuando uno a conseguido llenar un día de su vida de algo muy especial.
Avo paró de pronto con un chirrido de frenos y nos dijo muy serio: ahí entre los árboles hay un depósito de agua; donde hay un depósito de agua hay un lugar plano y una carretera para llegar hasta él. Aquí podemos acampar. Y tenía razón, y eso hicimos.
Todos montaron sus tiendas con cuidado, en lugares abrigados del viento, excepto yo, que ya me había venido arriba y lo único que quería era un lugar con un suelo plano donde dormir. Así que yo la monté atravesada en todo el medio del campo.
Avo y Noe sacaron sus bártulos de cocinar y en una puesta de sol gélida, con un viento y un frío de muerte, prepararon en su hornillo tallarines, albóndigas y yo que sé que cosas más. Me puse morado a comer, y como siempre, miré mucho e hice poco (nada, más bien, porque para cagarla...)
. El caso es que se nota la experiencia. Yo hubiera sido incapaz de cocinar nada con ese tiempo. Mi vida sin los chicos se reduce a leche condensada y miel.
Después de aquello alguien recordó que había visto una gasolinera, así que recogimos todo y nos fuimos para allá (debíamos estar un poco espesos debido a cierta botella de pacharán que corrió por allí) porque antes habíamos montado una discoteca con las luces destellantes de los frontales, bailamos bakalao a ritmo de una música inexistente y nos fuimos de allí a oscuras, dejando el campamento con las tiendas abiertas, el dinero, la documentación y todo lo que llevábamos de valor disperso por allí (de eso nos dimos cuenta luego).
De todos nosotros “L” era el más centrado, y se había puesto un colmillo de jabalí y posaba, borracho, sobre una calavera.
Al lado de la gasolinera había un bar de cazadores y apuramos el tiempo allí tomando cafés calientes. La gente nos miraba como se mira a alguien que sale de la nada.
Debían ser ya casi las once de la noche cuando nos fuimos a dormir y ese era el tercer día que yo dormía una media de tres horas. Estaba reventado. Había que dormir algo como fuera.
Cuatro de la madrugada: me despierto. La temperatura ha descendido de un modo alarmante. Tengo los pies helados dentro del saco. Se ha levantado un viento que eleva el doble techo de la tienda de tal modo que veo las bicicletas por debajo. Parece que en cualquier momento nos vamos a volar.
Le pregunto a Jofe que si está despierto y me contesta con una especie de gemido, gruñido, que si. Me alarmo; Jofe parece que agoniza, pero no, sólo se muere un poco. Le duele mucho algo. No se puede mover. Intento meterle bien dentro del saco pero es como intentar meter un abeto de navidad a contrapelo dentro de un saco de dormir. Abandono y le dejo a su suerte. No cabe en un saco de dos metros y yo no consigo averiguar porqué. Miro el termómetro: dentro de nuestra tienda, donde estamos dos personas apretujadas, la temperatura es de un grado. El aire entra por todas partes levantando el doble techo. Así toda la noche. Estamos vivaqueando en una mosquitera batida por el viento. Yo llevo puesto dentro del saco: tres camisetas, una de ellas térmica, las mallas térmicas, un forro polar y
una chaquetilla de plumas. A las siete de la mañana recibo un mensaje de Noe que, desde su tienda, dice: "me aburro". Se lo comento a Jofe y me responde: “dile que A4: Jofe hundido”. La llamo por teléfono porque si se aburre, lo que hay que hacer es despertar a JJ y que la distraiga -luego me enteraré que JJ, se hacía el dormido porque no quería perder posiciones en su lucha por conquistar el aislante de Noe, a la que había desplazado en una ardua lucha hasta la esquina superior derecha según se mira al fondo de la tienda, contra la lona.
Jofe me dice que tiene que mear. ¿Qué? Mear, repite, hacer pipí, joder... Yo no proceso bien la información. Aún hace demasiado frío para plantearse asomar la nariz, pero salimos y ¡anda! parece que fuera hace menos frío que dentro de la tienda.
Y por fin amanece...
Domingo 5 de febrero: salimos entumecidos de las tiendas, recogemos las cosas y nos vamos al bar. Son las ocho y media de la mañana y la noche ha sido fina. Jofe decide quedarse en el bar, apenas puede dar un paso y tiene una cara que me hace desistir de intentar convencerle de lo contrario.
Tomamos varios cafés -aviso: nunca darle café a Avo, porque se acelera-. Y al rato salimos de allí. Mientras nos alejamos yo no quiero mirar hacia atrás. Me imagino a Jofe como el perro del cartel con la frase debajo que dice: “él nunca lo haría”, y me siento fatal.
Por suerte ya lo ha arreglado con su ángel de la guarda y sólo tiene que esperar a que le rescaten.
Nosotros seguimos por la CR403 y nos chupamos una recta de veinte kilómetros. Yo dejo a Avo trabajar porque tenemos el viento en contra y, mientras pasan los kilómetros, veo como se pega una paliza descomunal cargado hasta las trancas. Yo, por supuesto, no le puedo dar ni un relevo. Pienso que si llego a Ciudad Real va a ser un milagro. Veo unas ruinas a lo lejos y le digo a Avo que pare. Cuando me bajo de la bici me tengo que sentar en el suelo del mareo que tengo. Noe y JJ llegan y hacen fotos y van de un lado para otro como si nada. Estos chicos me van a reventar, pienso, pero seguimos.
Tomamos la Ctra. CM-412 y el paisaje cambia de un modo radical. Subimos el Puerto de Quejigares. El día tiene una luz espectacular. Los colores
del cielo, las nubes, el viento, los campos verdes, la luz de la tarde... Demasiadas cosas bonitas como para explicarlo aquí. Hacemos fotos.
Paramos en un pueblo donde la fuente está completamente helada y “L” nos enseña sus dotes para la escalada en hielo. Prat se escarcha y nosotros nos tomamos dos cafés por barba. Luego salimos del calorcito del bar y seguimos con la seguridad de que ya vamos a terminar la ruta a tiempo.
Catorce kilómetros y la llegada a Ciudad Real es entrañable. Yo voy detrás de estos chavales y observo como son y como pedalean. Siento que soy afortunado de haberlos conocido y de haber compartido con ellos estos días. Damos algunas vueltas y acabamos en un Macdonals donde me como una hamburguesa a mi salud porque tanta vida sana me está matando. Mano de santo: ya no me duele nada. Lo hemos conseguido.
Jofe llega también: le ha rescatado Izaskun, le ha dejado en Toledo y él se ha venido aquí para rescatarnos a nosotros. Somos un gran equipo.
Llega Pedro y le entregamos a “L”: misión cumplida. “L” seguirá su viaje cargado de experiencias.
Pues Chapeau!!! Te ha quedado genial!!!!
"Como meter un abeto a contrapelo en un saco de dormir" JAJAJAJAJAJAJAJA
Chapeau, Angel. ¡Eres el mejor!
Hacía tiempo que no me reía tanto en un viaje tan corto. Muchas gracias a todos por hacerlo tan especial
Sois la pera!! como os lo habeis currao
Felicidades a todos y sobretodo al crónista
La cosa no solo está en hacer una buena y bonita ruta, está sobre todo, en como te lo pasas en su discurrir.
Me habeis hecho feliz esta tarde con vuestros comentarios y vuestras vivencias.
Pedro ya tiene el bicho, nosotros pensabamos salir mañana para meterlo en Andalucía pero por un "problemilla mio" lo vamos a hacer para finales, o sea los días 20, 21 y 22. Y si no, como dice Pedro, con su sabia y pausada habla manchega..." bueno de todas formas vamos hablando...."
Un saludo
Andrés
Muy buena Angel & Company, bien vivido....
Bravo,por mis "Caballeros Calatravos".......habeis doblegado al peor enemigo,el frio y el viento..........................
Angel Pasos ... la crónica es bonita, tierna, divertida . . . y (al menos para mi) dice mucho más de lo que se lee...
Cuidate las cervicales... y un abrazo a todos.
Honores y reconocimiento en caso de éxito.
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Tirando de la poción mágica
Jofe, que no, que hay que dormir dentro de la tienda, y no debajo...
Y los chicos diciendo que no hace frío...
Aquí Avo, disfrazado de subcomandante Marcos currándose un plato de espaguettis.
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Menos mal que no hace frío, yo creo que eso blanco que hay por dentro del doble techo debe de ser harina...
El tenderete de Noe...
Busca las cinco diferencias: el juego se llama: cómo montar bien unas alforjas en una bici para no parecer un vagabundo.
Un abuelo congelado.
En el supermercado; últimas compras ya casi al final del viaje.
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