Hola a todos!!
Como había prometido, vengo a daros envidia con el viaje a Japón que acabamos de terminar. Siguiendo la estela de Trein y Suso, hemos recorrido unos 1.800 km por las islas de Kyushu, Honshu y Shikoku, hemos visto paisajes increíbles, probado comida deliciosa y conocido a gente maravillosa. También hemos sufrido pequeños terremotos, una inundación de tienda de campaña y un tifón Y como queremos compartirlo con vosotros, vamos a ir publicando el diario del viaje. Si queréis verlo ya entero o comentar las fotos, también lo podéis hacer a través de nuestro blog y la página de Facebook (http://japanbybike2012.blogspot.com.es/ y https://www.facebook.com/pages/Japan-by-Bike-2012-Una-Ruta-por-la-Historia/375953745750399). En el blog además tenéis los perfiles de las etapas. Pero para los más perezosos, por aquí va en fascículos:
Día 1: Doha (8 de agosto de 2012)
¡Nuestro viaje por Japón comienza en Qatar! Escribimos desdeel aeropuerto de Doha, después de más de seis horas de vuelo que, nunca mejor dicho, se nos han pasado volando. Salimos esta mañana a las 7 de casa, con las bicis bien empaquetadas y las alforjas-de-mano convertidas en mochilas. Un invento de última hora: en lugar de llevar chalecos reflectantes, ayer nos compramos unos tirantes para que se nos vea bien en los túneles. Así que se nos ocurrió aprovecharlos para atarnos las alforjas a la espalda y poder ir en modo manos libres por el aeropuerto. Habrá que añadirlo a nuestra lista particular de chapuzas cicloturistas.
El vuelo ha sido sencillamente genial. Ahora comprendemos por qué Qatar Airlines ganó el premio a la mejor aerolínea este año y el pasado. Los asientos son cómodos, amplios y vienen equipados con cojín y mantita. También estamos contentos con la comida a bordo, elegimos el menú vegetariano hindú (todos los menús se elaboran siguiendo normas islámicas) y quedamos bastante contentos. Aparte de la comida, a media tarde nos ofrecieron un bocata que nos sentó mejor de lo que esperábamos, y todo el café, té y bebidas que quisiéramos. El servicio, desde luego, ha sido muy bueno. A ver si seguimos pensando lo mismo después de pasar 11 horas más con ellos hasta Osaka. Aunque, a decir verdad, lo que más nos ha gustado ha sido la oferta de ocio que podías disfrutar desde el asiento. Todos iban equipados con una pantalla táctil y una buen abanico de películas, música, programas y juegos. Lo mejor, poder jugar al tetris en multijugador.
Ahora toca esperar unas horitas más, el vuelo a Osaka no sale hasta la 1:30 (hora qatarí, que es una hora más que en España).
Día 2: Sakai (9 de agosto de 2012)
Probablemente la etapa más dura la hayamos vivido sin montarnos en la bici. Tras 9 horas de vuelo (¿o han sido 11? ¡No lo sabemos, nos hemos hecho un lío con el cambio horario!) llegamos al aeropuerto de Kansai (Osaka) a las 5 de la tarde, hora local. En ese momento empezó la odisea. El objetivo de la misión era llegar hasta casa de Nozomi, nuestra anfitriona la primera noche en Japón.
Fuimos a recoger las cajas con las bicis, que en apariencia no estaban demasiado maltratadas (luego vendrían las sorpresas). Pasamos por la oficina de inmigración, y después de varias preguntas, formularios y reverencias, llegamos oficialmente a Japón. Nos esperaba un tiempo muy agradable, no tan caluroso como nos temíamos, y muy pocas nubes vinieron a recibirnos. Nos volvimos un poco locos para sacar los billetes de tren y arrastramos las cajas de las bicis como buenamente pudimos hasta el andén. En Mikunigaoka (donde están las famosas tumbas en forma de herradura) debíamos hacer transbordo hasta la estación de Hagiharatenjin. Por suerte, había ascensor y un amable japonés ayudó a Ainhoa con su caja. La más ligera de las dos pesaba la nada despreciable cifra de 29 kilos, pero no podíamos sacar las bicis de los cartones porque debían ir embaladas dentro del tren. Y así pasamos casi dos horas entre arrastres, transbordos, más arrastres y sumimasens.
Cuando llegamos a nuestro destino, la estación de Hagiharatenjin, llamamos a nuestra anfitriona, que acogía al mismo tiempo a una pareja de ciclistas polacos que justo acababan su periplo en el lugar donde empezaba el nuestro. Vino a buscarnos el polaco y se le descompuso la cara cuando vio las cajas. No podíamos llevarlas en volandas hasta la casa de Nozomi, así que, deprisa y a oscuras, comenzamos a desembalar y montar. Allí nos dimos cuenta de que un tornillo de la rueda delantera de Gabriel estaba un poco torcido (¡esperemos que aguante hasta el final!) y la pata de cabra de Ainhoa también había sufrido algún percance, pero nada de importancia. Elfinal del día estaba cerca, y en casa nos esperaban para cenar unos deliciosos Takoyaki (bolitas de pulpo), hechos en una especia de gofrera que nos enamoró. Después de una ducha caliente al fin nos fuimos a la cama, donde Ainhoa no pudo descansar en toda la noche por culpa de una alergia no asumida a los gatos, que tanto adora.
Día 3: En ferry (10 de agosto de 2012)
Nos pusimos en pie a las 6 de la mañana. Por delante nos esperaba un día relajado, todo cuanto teníamos que hacer era pedalear en liso hasta el puerto de Nanko para coger el ferry que nos llevaría hasta Shibushi, donde realmente empezaremos a rodar por las carreteras japonesas. Nos lo tomamos con muchísima calma, desayunamos con Nozomi, hablando de gatos y más gatos, y nos pusimos en marcha. Parecía que se levantaba nublado, así que ni nos molestamos en dejar la crema de sol a mano. Craso error, Ainhoa está negra (el contraste se hace especialmente evidente en mitad de la frente, justo donde acababa el pañuelo) y Gabriel tiene un curioso color rojo-anaranjado. Hicimos nuestra primera compra en una tienda japonesa, tratando de no quedar abrumados por el espectacular arte del envoltorio que esta gente tiene. Fuimos a almorzar a un parque precioso cercano, y enfilamos el puerto. Después de perdernos un poco y tener que retroceder, vivimos nuestra primera batalla lingüística. Fuimos completamente felices y confiados a la ventanilla donde pensábamos canjear nuestra hoja de reserva por los billetes de ferry. Pero, ¿quién dijo que que desenvolverse por Japón era fácil? Al final entendimos las instrucciones, pero el precio final era mayor del que esperábamos: no habíamos contado con la sobrecarga de viajar en bici y sólo nos quedaban 10 euros para sobrevivir. La situación era crítica, al día siguiente teníamos que coger otro ferry, si no encontrábamos un cajero (suelen estar abiertos sólo de lunes a viernes) al día siguiente, apenas tendríamos dinero para cenar, desayunar y comer al día siguiente, y además deberíamos recorrer 20 km de más. Y con esa tranquilidad embarcamos.
Dejamos nuestros bultos en uncamarote estilo japonés, que íbamos a compartir con unas cuantaspersonas más, y subimos a cubierta para ver zarpar el barco. En laentrada habíamos visto una cesta con cintas de colores, que las usansobre todo los niños cada vez que botan el ferry. Las tiran por lacubierta, enganchándolas en la barandilla, y es una costumbre preciosano sólo por el colorido sino también por las caras de felicidad de losniños (y de los padres, que todo hay que decirlo).
Una vez puesto ya rumbo a Shibushi pudimos probar una de esas sensaciones japonesas que todo el mundo menciona: ¡los váteres ultra tecnológicos! Lo del chorrito no es para tanto, lo realmente genial es cómo tienes los inodoros montados en las casas particulares: al tirar de la cadena, el agua no va directamente a la cisterna, sino que antes pasa por un grifo en el que puedes aprovechar para lavarte las manos.
Día 4: Shibushi – Kagoshima (11 de agosto de 2012)
¡Hoy ha sido nuestro primer día de pedaleo real! Lo siento por los locos de las estadísticas, pero nosotros no somos parte de ese club. No nos interesa saber cosas como la velocidad media, cuántas calorías hemos consumido al día, cuáles han sido los minutos exactos de pedaleo o cuántas veces se cae Ainhoa con la bici al día (curiosamente, siempre lo hace cuando está parada). Sí que pondremos el perfil de la etapa y los kilómetros totales, para hacernos una idea de lo que hemos hecho.
Cuando el ferry ha llegado a Shibushi (este lugar huele a pienso de gato) se nos ha caído el cielo encima, casi literalmente. Por fin estaba lloviendo con ganas, se puede decir que incluso hacía un bendito fresquillo. Salimos del ferry, nos ponemos en marcha, nos perdemos, nos paramos, se nos rompe una pata de cabra, sigue lloviendo, unos metros más, nos volvemos a parar, nos mojamos, cambiamos de dirección, discutimos, nos preguntamos qué hacemos aquí… minutos de reflexión… nos relajamos y tomamos el camino correcto, estamos realmente nerviosos por la incertidumbre de no encontrar un cajero abierto un sábado en un lugar pequeño como Shibushi, y la lluvia en forma de ducha no parece presagiar nada bueno. Tomamos la vía principal del pueblo, sin demasiada esperanza, pero… unos pocos kilómetros más adelante ahí está la oficina postal, ¡con un precioso cajero en su interior esperando por nosotros! ¡Hoy comemos caliente!
Shibushi es precioso, nos cuesta mucho prestar toda la atención a la carretera cuando hay tanta belleza alrededor. Un santuario shintoísta en la cima de una montaña escarpada, los típicos cementerios japoneses junto a la carretera, el verdor de los campos de arroz, la vegetación exuberante, los tejadillos de las casas, el sonido de las cigarras… Y así de tranquilo discurre el día, entre subidas y bajadas.
Cuando nos acercamos a Tarumizu, donde vamos a tomar el ferry a Kagoshima, nos quedamos embobados observando la humareda que sale del volcán Sakurajima. Aunque más atontados aún nos quedamos en el ferry, donde nos echamos un sueñecito de una hora absolutamente reparador. En Kagoshima nos espera nuestro próximo anfitrión, que tiene preparado para nuestro disfrute una terraza desde la cual cenamos mientras contemplamos las luces y cumbres que envuelven la ciudad.
Día 5: Kagoshima –Satsumasendai (12 de agosto de 2012)
¡Nuestra primera etapa de montaña! Confiados, pensamos que ascender 400 metros no es demasiado, que no puede ser tan duro, que en el Camino de Santiago subimos puertos peores. Pero no con semejante desnivel, ni con semejante calor y humedad. Por suerte, durante casi todo el día nos acompaña la refrescante lluvia y el maravilloso paisaje. Para llegar a Satsumasendai, donde nos espera nuestra anfitriona de hoy, debemos atravesar una región montañosa. Para ser sinceros, creo que hemos pasado más tiempo empujando la bici que sobre ella, pero ha merecido la pena. Al llegar a la cumbre, la niebla nos envuelve, nos sentimos más en Japón que nunca, todo está envuelto en un halo de misterio (como diría Iker Jiménez).
Y cuando dejamos caer nuestras bicis por la ladera que tanto nos ha costado ascender, la sensación de libertad es absoluta. Con algo de miedo porque la lluvia ha dejado la calzada mojada, nos deslizamos hasta un merendero, situado junto a una frutería. Paramos allí atraídos por una mesa cobijada por un toldo, donde descansaríamos un poco de la lluvia. Entonces aparece una anciana con dos toallas en la mano. Esta gente es increíble. Poco después, en una gasolinera, acude a nosotros otro hombre, con dos aquarius en las manos. Agotados por el esfuerzo y el calor, estamos tumbados frente a su negocio, y hace todo lo posible por que recobremos las fuerzas.
Continuamos subiendo y bajando (¿o sólo subiendo?), sobre la bici y empujando y por fin llegamos al pueblecito de Satsumasendai, donde una sonrisa que no se borra en todo el tiempo que pasamos con ella nos hace sentir como en casa. ¡Gracias por todo, Amy!
Día 6: Satsumasendai – Camping cerca de Izumi (13 de agosto de 2012)
De momento, la noche más loca desde que estamos aquí. Salimos reconfortados de casa de Amy, descansados y aseados. Hoy va a ser una etapa medio larga, esperamos recorrer unos 60 km bajando un río y luego por costa. Por la mañana volamos entre los verdes valles de Japón; a un lado y al otro, se abren campos de arroz protegidos por altas montañas. Cuando llegamos a la costa, pensamos que no vamos a dejar de verla ya en todo el día. ¡Qué equivocados estamos! Abandonamos una playa paradisíaca (cuando Dios hizo el Edén no pensó en América, pensó en Japón) y empezamos a subir y bajar durante kilómetros sin volver a ver el mar. Las subidas son durísimas, al principio del día lo sobrellevamos como podemos, pero las últimas los subimos al lado de la bici.
Por el camino, vamos fijándonos en la fauna que habita estas islas. Los insectos isleños siempre son peculiares, tienen cierta tendencia al gigantismo o al enanismo. En el caso de Japón, los bichos son grandes como puños. Los hay preciosos, como una mariposa negra con un punto blanco que tendrá más de 15 cm de envergadura. Los ciempiés y las arañas gigantes son igual de fascinantes. No tardaremos demasiado en empezar a ver serpientes también.
Cuando ya queda poco para anochecer y hay que ir pensando dónde dormir, empieza a diluviar y nos tenemos que refugiar en una marquesina bien preparada para la lluvia. Tanto que llegamos a plantearnos quedarnos allí a dormir, si no fuera porque una colonia de hormigas tuvo la idea antes que nosotros. Mientras esperamos a que escampe, se abre la puerta de la marquesina. Ha venido un hombre con su coche e, increíblemente, habla inglés. Preocupado, nos pregunta dónde vamos a dormir, y se queda aún más preocupado cuando le decimos que probablemente lo hagamos a la intemperie. Estamos seguros que de no ser porque las bicis no entraban en su coche, nos habría propuesto quedarnos con él.
Cuando escampa, seguimos un poco más, hay un camping más adelante. Nos habían dicho que no merece la pena ir a un camping japonés, que son caros y no tienen demasiadas facilidades. Pero nos da miedo la lluvia, si vuelve a caer durante la noche de semejante manera y se nos lleva una riada, al menos que nos tengan localizados.
La recepción está vacía, esperamos un largo rato pero parece que no hay nadie. Al poco tiempo aparece una mujer filipina que nos pregunta en un inglés alto y claro si puede hacer algo por nosotros. Yasmin, así se llama nuestra salvadora. Acude a buscar alguien de la plantilla del camping y a los pocos minutos vuelve con un chico joven que no entiende cómo podemos querer dormir en una tienda de campaña con el calor que hace y con la alta probabilidad de lluvia. Tanta pena le damos que nos ofrece acampar de manera gratuita. Y como estos japoneses piensan en todo, nos pide que lo hagamos junto al bungalow de Yasmin, ya que es la única persona capaz de hablar inglés en el camping.
Empezamos a montar la tienda, ya está anocheciendo. De repente, toda una horda de japoneses nos rodea, los hijos de Yasmin nos ayudan a terminar de montar la tienda y tenemos a diez niños subidos a nuestras bicis, encendiendo las lámparas, tocando el timbre, abriendo los bultos y riendo. Un adulto los acompaña (nosotros lo llamamos Jose, en japonés sonaba algo parecido), y nos invita con toda la alegría que le daba la cerveza a participar en un juego típicamente japonés: aporrear la sandía. Casi sin darnos lugar a terminar de instalarnos, nos llaman para que nos unamos a ellos. Primero van los niños, luego nosotros. Nos vendan los ojos, nos dan varias vueltas, y tenemos que atinar con una escoba a una sandía que hay tirada en el suelo, siguiendo sus (japonesas) instrucciones. ¡Omoshiroi!!!
Luego nos invitan a cenar, tanto los locos de la sandía como Yasmin y su encantadora familia. Degustamos su yakisoba y la barbacoa de Jose. Aún embobados por la calidez y hospitalidad de esta gente, los niños nos cogen de la mano y nos llevan a una pradera cercana, gritando “¡Hana-bi! ¡Hana-bi!”. Fuegos artificiales. Bebemos, nos reímos, hablamos, nos entendemos como buenamente podemos. Disfrutamos viendo cómo los padres se dejan contagiar por la felicidad de sus niños y nos sentimos en familia. Esa noche apenas dormimos, pero no nos importa. Ha sido una de las mejores noches de nuestras vidas.
Día 7: Camping cerca de Izumi – Minamishimabara (14 de agosto de 2012)
Nos despertamos antes de que salga el sol, así que decidimos ir a la playa para ver el amanecer. Aunque en el país del sol naciente no todas las costas dan al Este… a pesar de ello, y de que empieza a llover, nos sentimos con fuerzas. Por delante nos espera una etapa de las largas, al final serán más de 85 km, pero la ruta 64 nos deja un buen sabor de boca. Hoy sí hemos rodado por la costa, por unos paisajes que, realmente, quitan el aliento. Estamos enamorados de este país, aunque sus cuestas nos hacen sufrir bastante. Cuando el terreno es llano (hablando en términos japoneses, por supuesto), las bicis cabalgan solas, y el aire refresca nuestro cuerpo, totalmente cubierto de sudor. En cuanto bajamos de los 16 km/h, el calor estival se burla de nosotros por hacer semejante locura en pleno verano.
El camino es precioso, la carretera muy estrecha (en cada curva hay un espejo), serpentea entre unos bosques que ningún europeo ha visto jamás. Por supuesto, empezamos a notar las incomodidas del viaje. El sudor y el calor irritan la piel en todos (todos, todos) sus pliegues; por mucho protector solar que usemos (factor +30), nunca es suficiente y empezamos a despellejarnos; las rutas largas y la tensión de la carretera derivan en calambres en las manos; Ainhoa es torpe y se cae todos los días, por suerte siempre con la bici parada; la ropa no termina de secarse y empezamos a oler, cuanto menos, un poco raro; los mosquitos se ceban con nosotros, no importa qué cantidad de repelente usemos. Y después de todo esto… ¿nos compensa? Por supuesto. Japón es tan bello como su gente, la comida es excelente, la sensación de libertad cuando pedaleamos es inigualable. No dependemos de autobuses, no necesitamos más combustible que el que nosotros mismos consumimos, no contaminamos. Nos sentimos vivos, y cualquier inconveniente que se cruce en el camino no puede anular ese sentimiento.
Y con una sonrisa en la cara, continuamos pedaleando. Llegamos a Amakusa, donde otrora hubo un seminario, una iglesa y un colegio jesuitas, donde eran formados en letras latinas los hijos de las principales familias samuráis. Muchas veces nos preguntamos de dónde sacaban las ganas los misioneros para atravesar medio planeta sólo para predicar el evangelio. A decir verdad, nos lo preguntábamos antes de conocer esto.
Tomamos un ferry en dirección a la península de Shimabara. A lo lejos, envuelto en la bruma, nos espera el monte Unzen, en cuyas calderas fueron abrasados vivos cientos de cristianos. Hace cuatrocientos años, pronunciar el nombre de este monte en Europa provocaba pavor, era sinónimo del martirio más horrible. Ahora, viendo su imponente silueta recortada contra el cielo, no creemos que tengamos los cuerpos preparados para ascender por encima de los 1.000 metros de este gigante verde.
El ferry llega a la península, aún quedan 15 km más hasta nuestro destino. Nuestra anfitriona será Kozue, que nos tiene preparada una cena con unos amigos en su preciosa antigua casa de estilo japonés.