Yo tengo todo bastante a mano, así que las compras o los recados los suelo hacer a pie, a no ser que necesite hacer una compra grande en el hiper, y entonces cojo el coche. Y al trabajo, a no ser que haga muy mal tiempo, pues en bici. Vamos, nada fuera de lo corriente. Pero este hilo me ha hecho recordar otras ocasiones en las que la bici me sirvió para cosas más variopintas...
Como cuando, con diez o doce años, iba con ella a buscar agua a una fuente cercana. Era agua muy buena y mi madre me mandaba con dos bidones de cinco litros cada uno que yo colgaba del manillar, esa sensación de manillar duro, que me dominaba, aún lo tengo muy presente en la memoria. Tan sólo era un kilómetro, pero se hacía de largo...
Años más tarde donde iba era a comprar huevos a una granja cercana (a unos tres kilómetros), cada semana metía cuatro hueveras en la mochila y ¡a por huevos! Mis recuerdos de entonces, también muy nítidos, son del intenso olor de la habitación donde separaban los huevos por tamaños, y lo caliente que sentía la espalda cuando los cargaba. 48 huevos compraba y 48 llegaban a casa, ¡jamás rompí ni uno!
En otra casión necesitaba una camilla y me la fabriqué yo misma (con la inestimable ayuda de mi hermano). Las patas las compré en el Leroy Merlin, cuatro patas metálicas de 70 cm de largo que pesaban un quintal y que conseguí meter en una mochila. Como podéis suponer sobresalían mucho sobre mi cabeza y todo el mundo se me quedaba mirando. Al verme reflejada en un escaparate entendí que lo hicieran, parecía Mazinger Z, jajaja. Fueron ocho kilómetros con un par de cuestas que se me hicieron interminables. Eso sí, la camilla aún está en uso, la hicimos tan a conciencia que sigue impecable...
En fin, batallitas de abuela Cebolleta
¡Bici, bizi, vici!