Dos casos impresionantes sin duda, como algunos más que muchos de nosotros habremos encontrado viajando por ahí y que nos demuestran de nuevo, por si hiciera falta, que en esto de viajar en bici la voluntad, el empuje y la ilusión pueden suplir con creces cualquier problema o dificultad física o de edad. Me quito el sombrero.
En Taskhent, en 2007, coincidí en mi alojamiento con un viajero en bici de 67 años. Profesor de matemáticas retirado y montañero aficionado toda su vida, sólo había comenzado a viajar en bici el año anterior, poco después de que su mejor amigo muriera atropellado por un camión en Turquía haciendo lo mismo. Venía desde Londres cruzando media Europa, Turquía (la meseta de Anatolia en invierno, con unas ventiscas de nieve de impresión), Irán, Turkmenistán...
Y al día siguiente marchaba hacia Kirguistán camino del altísimo paso de Torugart (3750 m. nada menos), Kashgar (ya en el Xinjiang chino) para cruzar luego el desierto de Taklamaklan ¡en junio! uno de los desiertos más duros del planeta. De ahí quería llegar a Beijing y estarse una temporada con su hijo que trabajaba allí.
Luego, sin darle importancia, me contó que volaría hasta norteamérica para cruzar el continente de norte a sur. Sin prisas. Cojeaba un poco de un atropello en Turquía (¡ya es casualidad!) que lo tuvo hospitalizado unos días, pero su única preocupación física era que, a pesar de las cremas de alta protección que llevaba, su clara piel británica se resentía del sol. Un tipo amable, tranquilo, mesurado y encantador que no daba la más mínima importancia a su odisea.
Saludos.