Todo comienza el jueves 15. En el buzón hallo un privado de Jofegaber que reza: "¿Qué tal tienes el finde para dar un rulo por el carril?". El texto agrega: "Venga, que te hago de escudero..."
Se me erizan los pelos del cogote, la respiración se acelera, las pupilas se dilatan, las imágenes se difuminan, los recuerdos estallan en mi cerebro como fuegos artificiales. Las carrilinas anillares fluyen por mi sangre desencadenando una tormenta psicodélica en el hipotálamo.
"Anilloveeerde, anilloveeerde, anilloveeerde", repito mecánicamente, mientras mi mano derecha se contrae incontrolodamente sobre el ratón y un hilillo de saliva escapa por la comisura de mis labios.
"Hola Papi, ¿qué tal estás?". La voz de mi hija me saca del trance. Me enderezo en el asiento y respondo "fçxstoy #b&hi%en. Fg*raz@s", mientras intento secarme la baba dismuladamente. Ella ni tan siquiera se inmuta, ya sólo soy un accidente en su vida. Coge el teléfono, marca el número de teléfono de su novio y se dirige a su habitación.
Me enderezo en el asiento y lucho para controlar con los espasmos que sacuden mi mano derecha. Ya casi había completado mi cura de desintoxicación y, de pronto, me encuentro sumido en la negrura del pozo sin fondo de la carrilpendencia.
Me había jurado no volver a caer en el campo gravitatorio del anillo, más que para desplazamientos puntuales. Pero, ¿quién es el guapo que le dice que no a nuestro colega, con la ilu que se adivina en su mensaje?
Estrena bici y quiere hacerlo en compañía. Lo comprendo. Intento una maniobra de diversión desesperada. Envío un privado de urgencia a Pi. "¿Qué, preciosa, hace una vía verde del Tajuña?". "Lo siento, pero tengo que ir a mañolandia..." Parece sincera, y si miente, lo hace de forma muy convincente.
Habré de afrontar mis fantasmas. "Vale Jofe ¿Cómo quedamos?" Comienza la negociación. "Trabajo el viernes hasta tarde, así que no veo forma de quedar antes de las 12h00". Espero que suene disuasorio. "Tranquilo, a mí me llega un cuñado de Barcelona, así que difícil antes de las 13h00 o las 16h00". "Va a llover". "No importa". "Estará muy oscuro". "Es igual". "Estoy viejo". "Yo también"...
Finalmente fijamos el punto de encuentro el sábado a las 16h00, frente a la comisaría de Las Rosas. Me levanto tarde y corro toda la mañana. Hay que hacer las compras de la semana, comer, preparar el material cilorulero, calentar y estirar.
Voy con retraso. Cuando logro llegar a la calle con Frankie a cuestas son las 16h00 y acaba de jarrear de lo lindo. Telefoneo a Jofe. Salta el contestador. "Soy FIL, voy un poco retrasado, son las cuatro y acabo de salir de casa". Dos segundos después suena el móvil. Es Jofe. Le repito el mensaje. "Tranquilo, estoy ajustando un poco la bici".
Comienza el pedaleo. Mi nalga derecha protesta. Poco después comienza a doler de lo lindo. Paro en un parquecillo. Me siento sobre unas agujas de pino para no mojarme el trasero y hago unos estiramientos. Una señora que pasea a un perro me mira extrañada y da un rodeo para evitarme.
Puente de la A2, Canillejas, cocheras del Metro y Las Rosas. Jofe toquetea la bici aquí y allá. "¿Qué hay tío?". Nos damos la mano. "Ya ves, por fin he llegado". Regula el asiento y salimos. Su Riverside va bien, pero no acaba de rodar fina. Se queda frenada en las bajadas, así que mejor no explico la lucha de las subidas.
Jofe lo achaca a las zapatas, que, según dice, están un pelín arrimadas. Yo no sé cómo solventarlo y él, aparentemente, tampoco. El hombre pelea como un poseso, pero no se rinde. Más tarde, descubrimos que las ruedas tienen muy poca presión, paramos en una gasolinera, infla los neumáticos y la cosa cambia como de la noche al día, baja bien y sube mejor.
Descubro el placer de rodar en compañía. Jofe, que tiene más experiencia, me explica cómo rodar por el asfalto, cómo hacerlo en paralelo por el carril bici y mil trucos más. Disfruto como un enano. Las cuestas que, en general, afronto con resignación, hoy las supero sin enterarme.
Pedaleamos despacio mientras hablamos del foro, de los foreros, de la familia, del tiempo, de lo bonito que nos parece Madrid. Los kilómetros discurren casi imperceptiblemente. Llegamos al bosque de Entrevías. El poco sol de la semana anterior lo ha hecho florecer. Paramos, hacemos unas fotos y seguimos.
En el parque del Manzanares hacemos un alto de avituallamiento y más fotos, con las dos biciflacas intimando.Proseguimos ruta, subimos la cuesta de carabanchel Alto y nos adentramos en el barrio para ver si la tienda de Antonio Martín está abierta y puede echarle un vistazo a la burra de Jofe. Tiene la persina echada.
Cuando iniciamos la vuelta hacia el anillo, se hace casi de noche y empieza a jarrear. Paramos en unos soportales y vemos llover. Jofe, que acaba de dejar de fumar, me mira mientras enciendo un purito. Curiosamente, no se le ve angustiado. Compramos bebidas en un chino, esperamos a que escampe y aún chispenado, reanudamos el camino.
"¿Volvemos sobre nuestros pasos o seguimos camino?", pregunto, porque ese era el plan inicial. "Hombre, yo preferiría continuar". "¿Hasta Aluche?" "Bueno. Luego ya veremos". El día está gris, la luz va declinando y amenaza con jarrear. Aún así nos planteamos continuar y acabar el recorrido.
Cuando nos acercamos a Aluche da la impresión de que el cielo se está rompiendo. Caen relámpagos, seguidos casi inmediatamente de ensordecedores truenos. La tormenta está aquí mismo. Apenas llegamos a destino, empieza a llover a modo. Nos miramos. "¿Metro?" "Pues va ser que sí".
Tomamos un par de cañas en un bar. Afuera, han montado un mercadillo. Está lleno de puestos con productos sudamericanos. Perú, Ecuador, Bolivia... Suena la música. A la vuelta de la esquina cantan y bailan. Me siento en el nirvana. Y Jofe, aparentemente, también.
Acabadas las cervezas, nos dirigimos al Metro. Aluche, Pueblo Nuevo, Las Musas. Llegamos junto a la casa de Jofe. Empieza a llover. "¿Quieres que te lleve? Cojo el coche y te acerco" "No, gracias, de aquí a casa no hay nada". En una parada de autobús me pongo la ropa de agua y me despido de Jofe. "Cuando llegues hazme una perdida". "Descuida".
Últimos kilómetros. Apenas he recorrido unos metros, cuando cruzo un inmenso charco en una acera Frankie pega un patinazo de los de cuello vuelto. Me veo nadando. Afortunadamente, el neumático recupera el agarre y logro evitar la caída. Sigo pedalenado.
"Jofe, ya he llegado. Sin contratiempos". "Me alegro. Ha sido un placer". "Lo mismo digo. La próxima, una vía verde o el Cerro de Los Ángeles, pero con Pi". "De acuerdo".