Viaje de vuelta. Rumanía-Zaragoza.
Al día siguiente, en cuanto me levanto, lo primero que hago es afeitarme la barba. Y es que, como decía la canción, “euskera salbo ikusi arte, ez dut moztuko bizarra”. Pues eso, que yo hasta terminar la Eurovelo 6 o “morir” en el intento, sin cortarme un pelo desde Saint Nazaire.
Ahora toca descansar unos días por aquí, más o menos una semana, y aprovechar para hacer un poco de turismeo y, sobre todo, playa. Son unos días agradables disfrutando de un merecido descanso. Un día de esos aprovechamos para alquilar un coche y ver la desembocadura del Danubio, también visitamos una isla muy bonita y vemos algunos pueblos.
Los días pasan sin casi darnos cuenta y hay que planear el viaje de vuelta. Para volver en avión todo son pegas y suplementos por llevar la bicicleta. Además, hay que desmontarla y meterla en cajas. Mirando las diferentes opciones para volver a casa, me entero de que hay un autobús que sale todos los días desde Rumania a España, vale 80 euros y encima puedo llevar la bicicleta gratis. Aunque son dos días y medio de viaje, decido que vale la pena, es 5 veces más barato que el avión y contamina menos.
Cojo el autobús en la misma Constanza a las 12 y media de la noche. Tú te has marchado pronto por la mañana en el avión, así que el último día lo he pasado solo, evocando. En el último momento, justo antes de montar, se me cae la cartera con toda la documentación. Menos mal que me doy cuenta a tiempo y la recojo.
Nos cambian varias veces de autobús, y es que salen hacia España todos los días varios autobuses de la misma compañía. Yo todo el rato muy pendiente de la bicicleta, no vaya a ser que se pierde en otro autobús o la roben.
A la altura de Hungría mediante colecta “voluntaria” nos hacen pagar 2'5 euros para, según los conductores, sobornar a la policía de frontera. La explicación que me da otro rumano es que ese dinero se lo quedan dichos conductores, que hace ya varios años que esa práctica fue desechada, vaya usted a saber. No tenía en ese momento euros y mi compañera de viaje, una señora mayor muy maja pone el dinero por mi. En cuanto entramos a Eslovaquia, zona euro, saco dinero y le devuelvo 5 euros, agradeciéndole, y mucho, su generosidad. Ella al principio lo rechaza, pero al final accede. Es una persona pensionista que cobra 150 euros al mes y se había ofrecido a pagar lo mio y lo suyo.
Las noches en el autobús son muy malas, apenas consigo dormir. Y es que los asientos son muy incómodos. La mejor opción para dormir son los pasillos, pero estos se encuentran muy solicitados, como forma de cortesía, se les suelen dejar a las mujeres y a los conductores del autobús tumbarse en ellos. El día me lo paso medio dormido medio despierto, viendo el precioso paisaje y hablando a ratos con mi compañera.
El ver el paisaje por la ventanilla del autobús es otra forma de hacer turismo. De todos los paisajes que vi, me gustó especialmente la zona de los Alpes en la costa de Italia, con esas laderas tan escarpadas. Aunque también vale la pena ver Transilvania y sus montes Cárpatos, Eslovaquia,... Hay infinitas rutas guapas para andar en bicicleta. Nunca las podremos hacer todas y, probablemente, eso sea lo mejor.
En las paradas hablo con la gente, la cual me cuenta las historias de su vida. Les comento que si les sale bien su aventura en España aprenderán bastante, y si les sale mal, pues todavía más. Creo que hay gente que tiene una idea equivocada de lo que es este “paraíso” nuestro.
El viaje en general se hace duro, pero poco a poco las horas pasan y sube la moral a medida que van cayendo los países. Tuvimos algún susto que otro durante la circulación, sobre todo en las carreteras secundarias de Hungría y Rumanía con los carromatos y los caballos. Menos mal que se quedó en eso, en nada. Por fin entramos a España, nos dijeron que el autobús llegaría sobre las 4 de la madrugada a Zaragoza, sin embargo, lo hace a las 10. Por la noche siguen haciendo cambios de autobuses, así que pasamos una última noche horrorosa entre el calor y los cambios de equipaje. En el último momento, pierdo el libro que me ha estado acompañando durante el viaje, esto es, “Un mundo nuevo ahora”, os lo recomiendo a todos. En fin más se perdió en Cuba. Vaya trabajo más duro el de conductor de esos autobuses! Eso sí que tiene mérito.
Desde Zaragoza, en pocas horas consigo otro autobús a mi ciudad y me dirijo a casa. Tengo como ha sido costumbre durante todo el viaje, la tripa revuelta y, por consiguiente, algo de cagalera. Cuando el autobús llega a la ciudad, siento los nervios de volver a ver a mi familia, de como será el reencuentro. Hoy además, hay comida familiar así que estarán todos. Sin embargo, a los pocos minutos de sentarme en la mesa todo vuelve a la normalidad. Es como si solo me hubiera ido un fin de semana largo de casa.
A las 5 de la tarde me echo a la cama a echar la siesta y me despierto sobre las 11. Los efectos del viaje sin dormir han pasado factura. Una cena y de nuevo a sobar. Llevaba varios días con dolores, pero al día siguiente tengo la tripa como nueva. El volver a casa y relajarme me ha dejado como nuevo.
¿Qué deciros del viaje en global? Podrá haber habido viajes más largos y más cortos, más intrépidos o más seguros, más salvajes o más cómodos, más introvertidos o más sociales. Por otra parte, también me hubiera gustado soñar con cruzar el mar por el Bósforo y dar así el salto a Asia, y después seguir viendo amaneceres hacia el este, cada vez más hacia el este. De esta manera, podría haber visitado Stalingrado, saludar a Vassily y a Anatoly y que me cuenten una vez más como dieron una soberana paliza a los nazis. Luego continuar por Georgía, India, Tibet y un buen día llegar a Pekin. Desviarme un poco al sur y conocer a Sandokan. Por último, subirme en su barco y atravesar los mares. Y vuelta a empezar, hacia el este, siempre hacia el este. Ver las montañas rocosas, los bosques de Canadá y recorrer sus rutas por ferrocarril. Fumar en pipa dentro del Tipi de Toro sentado y hablar sobre el estúpido hombre blanco. Un buen día llegaría a Washington y así visitar a Obama en la Casablanca, o mejor aún, sacar un rato para ver a Forres Gump, uno de mis héroes de juventud. Después, avanzar con la bicicleta por la carretera y ver a lo lejos los rascacielos de Nueva York. Y esta vez sí (con permiso de Oreja jeje), echar el tubito de agua en el Atlántico, ese que cogí en el Pacífico, ¿os acordáis? Más tarde, continuar hacia el sur, hasta la Patagonia. O mejor aún, volver a cruzar el mar y continuar hacia el este, siempre hacia el este. Acto seguido iría a...
Sin embargo, la vida me llama y aquí acaba mi viaje. Esta ha sido mi Eurovelo 6, tan largamente ansiada, y así os la he contado. No cambiaría mi viaje por ningún otro. Al día siguiente, por la mañana, la vida sigue y esta es mucho más exigente que la Eurovelo. Me levanto, saco al perro y después al resto de las labores cotidianas, las del día a día. El viaje en bicicleta es pasado.
Cuentan que un alumno estaba aprendiendo con su maestro en las montañas hasta que un día el maestro le dijo al alumno. “Baja al mercado y trata con todo tipo de gente de allí”. A lo que el alumno le respondió, “Pero maestro estoy muy agusto aquí , yo lo que quiero es quedarme en las montañas aprendiendo contigo”. A lo que el maestro le respondió “Baja porque donde realmente vas a aprender va a ser en el mercado tratando con la gente”.
Es de destacar la naturalidad y tranquilidad con la que asumía que no quedaba apenas nada de tiempo para que empezara el viaje, un día antes de salir seguía tan tranquilo. Ahora después de tanto tiempo fuera, asumo con mucha tranquilidad la “vuelta al cole” de la vida. Y es que como aprendí durante el viaje, una vez que has pasado una esquina con la bicicleta, eso queda tan atrás como lo que está a 1.000 kilómetros de distancia. Solo tienes el metro de bicicleta que estás recorriendo justo en este momento, el presente.
Bueno espero que les haya gustado este mi relato de la Eurovelo 6. Saludos y hasta la próxima, si es que la hay, seguro que sí.Y si no la hay, que vaya bien, salud!