¡Cómo nos gustan los viñedos! Cada año procuramos hacer una escapadita para acercarnos a alguno de estos paisajes y conocerlos tranquilamente desde nuestras bicis. Yo tenía pendiente desde hace mucho tiempo conocer la Rioja alavesa, tan cerca de mi casa y a la que aún no había ido nunca. Aprovechando que Kim tenía puente, este fin de semana nos acercamos a Laguardia. Diseñé tres rutas deliberadamente cortas: porque quería tener tiempo suficiente para empaparnos de la zona sin prisas, y porque la Rioja alavesa es un terreno muy rompepiernas, donde en pocos kilómetros acumulas desnivel rápidamente. El resultado han sido tres días preciosos que nos han permitido conocer la comarca de arriba a abajo. Hemos vuelto tan contentos que creo que merece la pena compartirlo un poco con vosotros.
El "campo base" lo situamos en Laguardia, la capital de la comarca, un pueblo que nos ha encantado. De estructura medieval, amurallado, acogedor, cuidado... Prácticamente sólo tiene tres calles comunicadas entre sí por diversas travesías por donde es una auténtica gozada callejear. El centro neurálgico del pueblo es, sin duda, la Plaza Mayor.
Una de las razones principales por las cuales Laguardia invita al paseo y la vida en la calle es que por su centro histórico no pueden pasar los coches. La razón de esta bendita prohibición es que el subsuelo del pueblo está totalmente taladrado ya que prácticamente cada casa tiene su cueva particular, y por eso no es prudente el paso de vehículos por encima. Se piensa que estas cuevas en principio pudieron tener una finalidad defensiva, lo que sí está claro es que, si fue así, posteriormente fueron utilizadas como bodegas. Nos quedamos a cuadros cuando vimos el plano del subsuelo de Laguardia.
Aparte de las callejuelas, también es una delicia pasear por El Collado, el parque que rodea la parte norte del pueblo, en torno a la iglesia de Santa María de los Reyes. En el extremo hay un busto en homenaje a Samaniego, el fabulista, natural de Laguardia.
Pero además de lo bonito que es el paseo, son espectaculares las vistas. Al estar Laguardia situado en un alto, las panorámicas son preciosas. Hacia el norte, la imponente Sierra de Cantabria o de Toloño.
Y hacia el este y el oeste... viñas, viñas y más viñas, como éstas que se ven en dirección a Páganos.
Una curiosidad del ayuntamiento de Laguardia: en su fachada hay un reloj de carillón de donde, sólo a determinadas horas, salen unos autómatas que bailan al ritmo de una música típica del pueblo. Obviamente, fuimos a verlos en acción.
Otra cosa que nos hizo gracia: aprovechando que la iglesia de San Juan estaba abierta entramos a echar un vistazo y allí vimos que las figuras de la Vírgen del Pilar de Laguardia y la de... bien, no me acuerdo qué otra vírgen, tienen un racimo de uva negra en la mano, y los niños otro, pero de uva blanca. La uva, omnipresente en el pueblo.
Obviamente, no podíamos irnos de Laguardia sin visitar una bodega. Elegimos la de Carlos San Pedro Pérez de Viñaspre, una pequeña bodega familiar con más de 300 años de historia. Fue una gozada la visita, y muy interesante la explicación de la peculiar forma de elaborar los vinos de la Rioja alavesa. No entiendo de vinos, pero la verdad es que estaba rico.
El enoturismo es caro, en Laguardia te puedes dejar la cartera comiendo de lujo o alojándote a cuerpo de rey, pero nosotros elegimos un hostal a buen precio, el Biazteri (el más barato que encontré) donde estuvimos de maravilla y muy bien situados. Al ver que íbamos con bicis nos cambiaron de habitación: nos dieron una cuádruple a precio de una doble (53,5 euros) para que estuviéramos más holgados. Muy majos. Os lo recomiendo.
Pero en fin, vayamos al grano, a las rutas en bici, que seguro que es lo que más os interesa
RUTA 1: RUMBO AL SUR: 41,72 Km y 741 m de desnivel acumulado.
La primera ruta fue la más corta ya que nos tuvimos que desplazar desde Pamplona y hasta media mañana no pudimos comenzar a pedalear. Yo estaba impaciente por ver en vivo las dos bodegas de vanguardia más conocidas de la Rioja alavesa (me refiero a la vanguardia arquitectónica): la del Marqués de Riscal y la de Ysios. Comenzamos a pedalear y yo no podía dejar de mirar atrás: me encantaba la silueta de Laguardia, con viñas en primer término y la sierra al fondo.
Lo mismo le pasaba a Kim, que no dejaba de hacer fotos.
Íbamos conectando pueblos por caminos lo más tranquilos posible, como esta carreterita que conecta Lapuebla de Labarca con Elciego (sí, os aseguro que por allí pasa una carretera).
Sin gran esfuerzo llegamos a Elciego y allí estaba ella, la preciosa bodega Marqués de Riscal, de Frank Gehry, no hace falta que diga que es el mismo arquitecto que el Guggenheim bilbaíno, ¿verdad?
Esa tonalidad morada del titanio, esas formas, buaahhhh, ¡cómo me gusta!
En Elciego eran fiestas y llegamos, casualidades de la vida, justo cuando la procesión entraba en la iglesia.
Seguimos pedaleando, ahora junto al Ebro, nuestro río. La Sierra de Cantabria al norte y el Ebro al sur son los que dan carácter y delimitan la Rioja alavesa, así que fueron nuestra continua compañía durante esos tres días. En la foto, acercándonos a Baños de Ebro/Mañueta.
Buscando sitio para comer, pues ya estábamos muertos de hambre, entramos en la bodega Arabarte para ver si había posibilidad de tomar algo. No fue así, pero pudimos curiosear el interior de la bonita bodega. Me encantaron los frescos que había dibujados en el techo, de lo más sugerente (parece que siempre somos nosotras las que os emborrachamos a vosotros, jajajaja).
Al final comimos muy bien en una taberna de Villabuena de Álava, un pueblo en el que se sigue jugando a la rana...
En cuanto podíamos nos metíamos por caminos rurales asfaltados, si en las carreteras había muy poco tráfico, por ellos ya era inexistente.
Ya de vuelta a Laguardia alargamos un poco la ruta para llegar a la segunda gran bodega: Ysios, de Santiago Calatrava, otra maravilla arquitectónica.
Preciosa la mires desde donde la mires.
Así terminó nuestra primera ruta, pocos kilómetros pero muy bien aprovechados. Al cuarto de hora de llegar al hostal cayó una señora tormenta, nos habíamos librado.
RUTA 2: RUMBO AL OESTE: 72,14 Km y 1278 m de desnivel acumulado.
A las seis de la mañana nos despertaron los auroros con sus canciones. Era como si estuvieran cantando a un metro de nosotros. Fue bonito. Ese día queríamos llegar al extremo más occidental de la Rioja alavesa, pero como nos gusta que las rutas sean circulares decidimos subir el puerto de Herrera, continuar por toda la vertiente norte de la Sierra de Toloño y volver a entrar a la Rioja alavesa por el oeste, y resultó ser una ruta preciosa, la más variada paisajísticamente de las tres. Pero antes de empezar a pedalear nos costó encontrar un sitio para desayunar, se ve que los domingos no se madruga demasiado por allí... nosotros sí lo hicimos y gracias a eso disfrutamos de esta salida de sol iluminando las lagunas de Laguardia.
Pocos kilómetros tuvimos que pedalear para encontrarnos con el inicio del puerto. El cielo estaba nublado, lo cual impedía que hiciera demasiado calor, más vale, porque es un puerto con merecida fama de duro.Sin embargo disfrutamos con la subida.
Además tuvimos una bonita recompensa un kilómetro antes de llegar arriba: el mirador conocido como el balcón de la Rioja.
Quedaba muy poco para llegar al alto, pero yo sabía que tras esa curva dejaríamos de tener la Rioja alavesa a nuestros pies, y me resistía...
Pero bueno, había que continuar, así que coronamos el puerto muy contentos. Parece mentira cómo puede cambiar tanto el paisaje en tan poco espacio. estábamos rodeados de encinas, con un paisaje mediterráneo, y apenas cien metros después nos vimos envueltos por hayas y helechos.
Paramos en Peñacerrada para tomarnos un café y un pincho y seguimos por una pequeña carreterita en dirección oeste. El entorno, boscoso, junto a un riachuelo y entre campos de cereal y maíz, tenía muy poco que ver con la ruta del día anterior.
¡Qué carretera más mona!
Ya en Ocio cogimos otro de esos caminos rurales asfaltados que tanto nos gustan y que nos llevaría directamente hasta el Ebro, es decir, de nuevo estaríamos en la Rioja alavesa y el cereal dejaría paso de nuevo a las viñas.
Eso sí, no pude evitar pararme a comer unas moras, estaban tan buenas y me gustan tanto...
Nos acercábamos a Salinillas de Buradón. Allí al fondo, si os fijáis en esos roquedales, podréis intuir las Conchas de Ebro, un paso estrecho formado por el río. Lamentablemente no las pudimos ver de cerca, porque la carretera pasa por un túnel. En el mapa veíamos que se mantenía la carretera antigua y pretendíamos meternos por allí para ver bien el paso, pero no vimos la manera. Lástima.
Pero bueno, nos habíamos quedado en Salinillas, un pequeño pueblo amurallado que merece una visita.
Poco después la carretera hace una pequeña incursión en la comunidad riojana a la que pertenece el bonito pueblo de Briñas, a orillas del Ebro.
En este pueblo nos llamó la atención un humilladero (donde se confesaban los presos antes de ser ahorcados) y una curiosa inscripción en él:
"Si en una horrible prisión
a tu padre o madre vieras,
¿no es verdad que te movieras
a la mayor compasión?
Pues mucho más dignas son
las almas que están penando.
Alívialas aquí echando
limosna para este intento,
que después con gran aumento
ellas te lo irán pagando."
En definitiva, que cualquier excusa es buena para pedir dinero
Labastida nos recibió con su majestuosa iglesia.
De nuevo estábamos en zona de bodegas. Curiosa ésta, Soto de Torres, tan mimetizada con su entorno.
¡También yo me sentía mimetizada con el entorno!
Y aquí otra que me gusta mucho, Baigorri.
A través de los edificios de la bodega Baigorri se puede ver Samaniego, otro pueblo emblemático de la Rioja alavesa.
Ya quedaba poco, Leza, Páganos, caminos rurales y estaríamos de vuelta en casa. Eso sí, como cada día parábamos de vez en cuando a probar la uva. Deliciosa.
Nos resistíamos a terminar la ruta, así que volvimos a recorrer el paseo El Collado, pero esta vez con nuestras bicis.
Volvimos al hostal... y a los diez minutos empezó a llover, jajaja.
RUTA 3: RUMBO AL ESTE: 60,95 km y 1248 metros de desnivel acumulado.
La última ruta fue un auténtico rompepiernas, al menos en su primera parte. Sin puerto de primera categoría sumamos casi el mismo desnivel que el día anterior. Como cada día emprendíamos rumbo en una dirección diferente, íbamos disfrutando de diferentes siluetas de Laguardia. Ésta me encanta.
Poco tuvimos que pedalear para llegar a uno de nuestros objetivos: el Dólmen de la Chabola de la Hechicera. La Rioja alavesa es tierra de monumentos megalíticos y nosotros quisimos visitar al menos el más conocido. Está en el término municipal de Elvillar y se accede por una empinada pista asfaltada. Teníamos el sol de frente, lo que le da a la foto el aspecto fantasmagórico propio del hogar de una hechicera (cuenta la leyenda que fue habitado por una bruja).
Junto al dólmen, en un entorno cuidadísimo, hay una hermosa encina. Y al fondo... exacto, Laguardia.
Con continuos sube-baja se iban sucediendo los pueblos: Kripan (en la foto, poca viña y mucho cereal), Lanciego, Viñaspre...
Las nubes ese día se agarraron con fuerza a la Sierra de Cantabria, suerte haber subido el Puerto de Herrera el día anterior y no éste.
De Yécora a Barriobusto cogimos un atajo, un camino rural que bajaba el barranco para remontarlo después. Ya sabemos lo que eso supone: rápidas bajadas, fiuuuuuuuuu, y exigentes subidas, arrrfffff...
Eso sí, el esfuerzo tenía sus compensaciones, qué bonito...
Esa ruta tenía otro objetivo interesante: la visita de Labraza, un pequeño pueblo medieval amurallado. Ya desde la distancia se intuía que era un lugar interesante.
Es un pueblo muy pequeñito pero muy cuidado, con una planta típicamente medieval.
De hecho ya ha recibido más de un premio...
Kim se puso a hablar con dos vecinos, el señor Adolfo y el señor Jesús, mientras yo hacía unas fotos. Y ésta fue otra de esas ocasiones en las cuales me aprovecho de que él sea más sociable que yo. Se hizo amigo de ellos y Adolfo nos invitó a visitar su pequeña bodega (de uso tan sólo familiar) y probar sus vinos. Fue muy bonito, allí sentados los cuatro en la bodega donde se juntan todos los amigos a cenar los sábados, mientras Adolfo nos explicaba orgulloso cómo elabora sus vinos. Como os he dicho antes no entiendo de vinos, pero madre mía, qué bien entraba ese blanco fresquito... Del tinto sólo probamos un par de sorbos, por cumplir, porque ése subía de verdad a la cabeza. Nos despedimos de la pareja de abuelos agradeciéndoles de todo corazón su amabilidad y, haciendo eses, seguimos nuestra ruta (¡que la carretera tenía curvas, no penséis mal! jajaja).
Hasta Oión, donde comimos, todo fue descenso, ¡por fin podíamos descansar las piernas! La vuelta a Laguardia ya no tuvo mucho que contar, especialmente los últimos diez kilómetros por carretera general.
Tras tomar un refresco junto a la muralla de Laguardia nos despedimos de este encantador pueblo. Habíamos conseguido conocer bastante bien (aunque no en profundidad) la Rioja alavesa, así que emprendimos la vuelta tan felices como nos deseaba la inscripción que hay en cada puerta de las murallas.
PS: pedaleando por la Rioja alavesa me acordaba del añorado Alforheitor. Dudo mucho que llegue a leer esto pero me da igual, le envío un abrazo de todos modos.
¡Bici, bizi, vici!