Os suelto un rollo que he escrito para no olvidarme de este maravilloso Madrid-Comillas que hemos vivido:
Para ser un 8 de junio, en vez del calor extremo de otros años, lo que más me preocupaba era la lluvia y el frío por la noche. Curioso lo del tiempo. Encima me había comprado unos guardabarros fenomenales (unos de cromoplástico de SKS, con faldones y todo), que no habían llegado a tiempo (dichosa compra por Internet).
Así que a las 20,00 del viernes estaba ya preparado en la Plaza de la Remonta, donde 13 intrépidos y 2 intrépidas esperábamos a que amainase un poco la tromba de agua, que a modo de despedida, estaba cayendo en ese momento. Que una cosa es que caiga en mitad de la ruta y otra es salir en esas condiciones, que daba miedo verlo.
(Antes me habían presentado al gran Carlos Mazón, ejemplo de ciclista sin límites, al que de seguirle por su blog y otros canales, parece que fuera amigo de siempre, cuando ni siquiera había coincidido nunca con él. Por cierto, se había venido el día antes desde Bilbao para participar. Como si nada)
De todos modos, a los pocos minutos, aprovechando que aflojaba un poco, decidimos dar la salida y con alguna espera para no perdernos por los semáforos de Fuencarral, llegamos al carril bici de Colmenar, donde para gran sorpresa, hasta salió el sol y nos secamos antes de llegar al comienzo del puerto de Navacerrada. Mientras un par de pinchazos nos entretuvieron un rato, de charla amena con algunos compañeros de otras brevets, como Mancebo, con su preciosa Genesis Equilibrium, y Rafa, otro amigo de Rodadas.
La subida al puerto de Navacerrada, ya de noche, se hace con algo de niebla y humedad, pero no llueve. Además subiendo se entra en calor, y de momento me encuentro muy bien, y a pesar del peso de mi “tractor amarillo” (la Verenti), subo a buen ritmo y muy animado. Además las rodillas de momento me dan tregua. Llegamos arriba con muy poco tiempo para bajar a por el caldito caliente en el restaurante El Albero de la Pradera, así que rápido, ponerse toda la ropa, los guantes de invierno (menos mal) y para abajo. ¡Qué sensación de frío, sobre todo por la humedad! En un par de momentos, pasada la tensión de las revueltas (baja muy bien la bici, cómo se notan las ruedas gordas y los frenos de disco hidráulicos) me entran temblequeos incontrolables, que me dificultan el manejo de la bici. Pero como decía, caldo, tortilla y café y como nuevo. Nos vamos reagrupando, los que llegaron antes que van como rayos, y los demás que van llegando poco a poco.
Como me cuesta mucho quedarme parado, me apunto a salir con el primer grupete, pero van demasiado rápido para mí. Consigo seguirles pero tengo que apretar, y con los calores que me entran, no me queda sino buscar la excusa de parada para quitarme ropa y dejarles irse. Por detrás me acabarán cogiendo, pienso, y en Torrecaballeros me quedo solo. Aunque al poco veo dos luces rojas delante de mí, son dos que se han quedado también y que van a un ritmo más parecido al mío. Les alcanzo y sin darme cuenta les dejo atrás antes de girar hacia Sotosalbos. Pero un pis oportuno (con la humedad y mi próstata tengo que parar mucho) y me cogen de nuevo. Prefiero ir acompañado, sobre todo en esta oscurísima noche castellana, donde lo único que se oye son ladridos de perros de vez en cuando a lo lejos. No llueve pero está todo cubierto y negro. Así que desde aquí sigo con Alberto y Álvaro, dos amigos que me divierten con su charla (no paran de meterse uno con el otro, eso sí amistosamente) y la noche se va pasando. Cogemos al grupo cabecero, que han tenido un pinchazo, pero al poco nos pasan de nuevo a otro ritmo. Justo antes del amanecer empiezan a caer gotas. Serán varios los chubascos cortos y no muy intensos, que nos irán cayendo de vez en cuando. Nada impeditivo, pero sí excusa para parar y ponerse el chubasquero. Pasamos por carreteras muy solitarias, sin nada de tráfico hasta estas horas, algunas más anchas, y otras poco más que una pista asfaltada, pero en general en buen estado.
Luego después de dejar lo que parecen zonas de bosque (se ve poco de noche a la luz de los faros), entramos en zona de viñedos y bodegas, cerca de Roa, y hasta que llegamos al sitio del desayuno, en Torresandino (km 195) donde llegamos a las 7,05, justo recién abierto el bar (abre por nosotros). Los que iban delante han pasado antes, y al poco empiezan a llegar los demás que no iban muy lejos. La nota mala es que Mancebo llega con muy mal cuerpo, el estómago se le ha rebelado, y allí mismo decide abandonar. Lo mejor es que estamos juntos todos los demás, aunque salimos antes un grupo de cinco, otra vez Alberto y Álvaro, y además José Luis y Paco (del Chamartín), que se han descolgado del grupo cabecero y con los que yo seguiré ya hasta Comillas. De charla amena con Paco los kilómetros van pasando. Parada en Castrojeriz para avituallar un poco, y poco antes de llegar a Melgar nos cogen Andrey y otro de Chamartín (no me he quedado con el nombre, pero va en una ciclocross con ruedas viajeras anchas, y hasta una alforja), y seguimos con ellos hasta el Canal de Castilla, donde paramos en una esclusa a hacer fotos, donde hay unas flores recordando un espantoso accidente (un coche con niños cayó al agua y se ahogaron todos). Luego seguimos hasta Herrera donde toca otro control (300 km) y otro pincho de tortilla, coca-cola y un helado. En este trozo nos hemos adelantado Paco, José Luis y yo. Al poco llegan los demás, incluidos Alberto y Álvaro que han quedado con sus familias para comer aquí (hostal La Piedad). Llega también Rafa, que va a su ritmo, lento pero constante. Faltan sólo Carlos y Sonia, pero tiene algún problema de cubiertas.
Yo llamo a la familia, que están justo en Aguilar comprando galletas, ahí al lado, pero algo más de una hora de bici. Nos queda poco, pero todavía dos puertos, que con los kilómetros acumulados resultan más duros de lo que parecía.
Se sale de Aguilar siguiendo un carril bici un poco absurdo, que durante varios kilómetros va ganando altura muy lentamente, mientras se adentra en la montaña palentina, y en zonas con claros restos mineros de carbón, justo a la entrada del pueblo de Barruelo, donde se empieza a subir de verdad. Me dejo engañar por lo que falta al pueblo de Brañosera, confundiéndolo con el puerto del mismo nombre. Así que me quedan por subir varios kilómetros más cuando creo que debo estar casi arriba. Se hace duro, pero los paisajes de bosques y el cielo más despejado ahora, compensan con mucho. Ya se huele a norte, y casi a mar.
La bajada hacia Espinilla es rara y sinuosa, tiene varios toboganes para arriba, se pasa como a otro collado, y despista un poco, pero al final cruzamos el fondo del valle y me hago la foto en el cartel de la entrada que tenía prometida a otro Rafa amigo. Y ahora para arriba, con las fuerzas que queden, que no son muchas. Aunque el puerto pica para arriba, al final no es tan largo, y pronto estamos arriba, donde coincidimos con la esposa de uno de los escapados (Sebastián, el hombre inconfundible del bigote), que había comido con ella en Espinilla y por eso le hemos pasado. Luego bajando nos pasará como un misil, pero es que nosotros miramos el paisaje (o no damos para más).
La bajada es una pasada. Sale el sol, la carretera está seca, mi bici baja fenomenal como decía, con sus cubiertas de 38 mm y los frenos de disco. El cuello me duele cada vez más (habrá que subir el manillar invirtiendo la potencia, me temo), pero las vistas y luego los bosques de hayas son una pasada. Pero cuando en el fondo del valle toca pedalear compruebo que voy vacío, la reserva me la he fundido. Mis compañeros se percatan y paramos en una gasolinera poco antes de Cabezón. Es increíble lo que pueden resucitar una coca-cola y una chocolatina. A partir de aquí volveré con muchas más fuerzas, para subir los rampones de la Hayuela, y disfrutar como un enano de la bajada hacia Comillas, encima con un sol maravilloso.
Foto y abrazo en la entrada del hostal y a descansar con la familia (me están esperando cerca, donde tenemos alquilado un apartamento). Una paliza (430 km y 23 h) pero una de las rutas más bonitas que he hecho. José Luis y Paco se van al día siguiente al pueblo de este último, cerca de Riaño, ¡en bici!. Carlos a Bilbao, también en bici. ¡Están locos estos romanos!