Hace tiempo he descubierto que a todas las mujeres les pasan cosas, que no son situaciones aisladas. Lo descubres cuando como tú, Sargantana, de pronto preguntas y ves que sí, que pasa todo el rato. Hay una chica que ha puesto en marcha un proyecto personal: "el cazador cazado", y cada vez que se siente acosada, saca el móvil y graba la situación. Así ella siente que hace algo y no se come la rabia, y los que tiene enfrente se suelen arrugar, negar y desaparecer. Y quizá en otra ocasión se lo piensen, porque en cierto modo cambian las reglas y ella les hace frente y reivindica su sitio. Colgó todo esto en internet, los vídeos ridiculizando la actitud de los acosadores y creo que el acoso cibernético que generó, casi la revienta, la han llamado de todo menos guapa. Es un rollazo este tema, pero está presente, así que no está mal compartirlo y hablarlo, ya que existe.
Son unas histéricas
El Correo, Abril, 2013
He mandado una pregunta a una amiga. En vez de
una contestación directa, me ha respondido con una lista de quince recuerdos de
su vida (he eliminado algún punto).
1- Cuando tenía unos 8 o 9 años, un viejo se me
acercó en el parque y me dijo: “Te doy un caramelo y me das un besito”. Me dio una palmada en el culo.
2- Cuando tenía unos 12 años, fui con una amiga a
jugar a la fábrica en ruinas que teníamos delante de casa. Apareció un viejillo
con boina, amable, que se puso a hablar con nosotras y a seguirnos mientras
íbamos por la fábrica pisando cascos de vidrio. Cogió confianza y me agarró del
brazo. “Déjame que te levante, para ver cuánto pesas”. Yo solté el brazo, me
aparté rápido. Me saltó una alarma. Me pregunto por qué reaccioné así, qué hace
que te salte esa alarma.
3- Con 13 años, un día esperaba a mi madre en la
calle, junto al portal. Vino un chico de mi edad por mi derecha, muy pegado a
la pared donde yo estaba. Me saltó también la alarma. Yo agarraba una carpeta y
me la subí hasta la altura del pecho, como protección. Pasó a mi lado y noté un
pellizco fuerte en el sexo. Me subió un escalofrío hasta la cabeza, me quedé
helada. Recuerdo cómo me sentí ese día y muchos días después. Al día siguiente
teníamos una celebración familiar, recuerdo la ropa que llevaba, las fotos que
nos sacamos, yo con mi cara pálida y mi vestido verde, muy triste, recordando lo del día anterior. Siempre
siento una gran tristeza cuando veo esa foto, tantos años después.
4- Unos años más tarde, ese mismo chaval empezó a
pegarnos en el culo con la raqueta a todas las chicas. O pasaba con la bici por
el parque y le pegaba una torta en el culo a cualquiera de nosotras.
5- Con 17 años, en un tren me senté al lado de un
hombre. Tras un rato de charla, empezó a agarrarme la mano. Luego me
pidió que le diera un beso. No me atreví ni a moverme. Me ofreció 40.000
pesetas por irme con él a un hotel. Me
bajé antes de mi parada.
6- En Santiago de Compostela, en medio de la
plaza de la catedral, un tío me tocó el culo. Me volví y me dijo “te la meto
hasta que te reviente”. También allí,
entrando en un autobus, un hombre me miró de arriba abajo relamiéndose, con
media sonrisa..
7- En la universidad, a la salida de clase, un
compañero se me acercó por un lado, me agarró los pantalones a la altura de los
tobillos y me los subió de repente para que todo el mundo viera mis piernas sin
depilar. Otro día, delante de muchos otros compañeros, me dijo “tienes las
orejas más feas que he visto nunca”.
8- Por una calle de mi barrio un hombre me gritó
desde una furgoneta: “¡Te voy a comer el coñooooo!”. Otro día, en esa misma
calle, un coche que subía se cruzó conmigo, despacio, con unos tipos dentro.
Seguí caminando, miré atrás y vi que se habían parado en lo alto de la cuesta.
El coche giró, empezó a bajar, me pasó y se cruzó delante de mí. Se quedaron
esperándome. Vi que dentro había cuatro hombres. Me puse nerviosísima y eché a
correr hasta una cafetería, donde había más gente, y el coche se marchó.
9- Cuando tenía unos 20 años, un amigo de mi
padre, casado y con hijos, me llevó de una ciudad a otra en su coche porque coincidíamos
en la ruta y el momento. Yo iba en el asiento del copiloto. A mitad de
trayecto, alargó la mano y la pasó lenta y apretada por la cara interna de mis
muslos, mientras me decía “yo os tengo mucho aprecio, a ti y a tu familia”. No
hizo nada más. Pero era un modo de tocar
absolutamente sexual. No hice nada ni le
dije nada a mi padre.
10 – Hace unos ocho años, volvía un día de verano
a casa caminando después del trabajo a las tantas de la madrugada. Justo cuando
nos íbamos empezó a llover a cántaros. Decidí
despejarme yendo a casa andando para refrescarme bajo la lluvia. Cuando llegaba al portal de casa me salió un
tipo pequeño al paso. “Guapaaa”, me
dijo. Le esquivé y me siguió. Cuando entré en el portal se avalanzó dentro,
se abrió la bragueta y empezó a meneársela.
Decía: “chúpamela, chúpamela,
chúpamela”. Le di un empujón y subí a
casa corriendo.
11- Hace unas semanas, de noche en un bar, me
tocaron el culo. Me di la vuelta y dije “le tocas el culo a tu madre”. En la
barra había dos tipos sonrientes, entre la oscuridad y la impunidad del bar. No
supe cuál de los dos había sido. Esa misma noche, volviendo a casa caminando a
las cuatro de la mañana, un chaval andaba haciendo el tonto con otro amigo,
salió a mi paso y me dijo “tía bueeena”. Un poco más adelante, un chico me
llamó desde la esquina de una calle, “pssst, pssst”, y me decía “chica, ven
aquí”.
12 – Muchos días salgo a correr al
oscurecer. Es raro el día en el no hay
que tragarse una fresca. Una o
cien. Mismamente hoy: “corre, corre, gaceliiiiina” y también me han
contado qué es lo me pasaría “si te pillo”, al margen de lo que me apetezca a
mí, que eso no se pregunta.
*
Con esta amiga he hablado algunas veces de los
pequeños abusos, acosos y presiones que en general sufren las mujeres a lo
largo de su vida. Los abusos más graves están mal vistos, se denuncian, pero
por debajo de ellos hay toda una gama tolerada de eso que llaman violencias de
baja intensidad. Se aceptan, se toleran y hasta se ríen.
En estos últimos tiempos he preguntado por este
asunto a varias amigas y todas, pero todas, tienen un repertorio de historietas
así: pequeños acosos desde que eran crías, bromas pesadas, comentarios
supuestamente graciosos sobre su físico, su vestimenta o su situación amorosa,
chistecitos con los que se han sentido coaccionadas … Y muchas comparten una
sensación: todos esos episodios en teoría no son como para quejarse, para
protestar, para ofenderse, porque entonces quedan como exageradas o histéricas.
Si les molesta que cuando caminan por la noche un chaval les llame “guapa”
desde la esquina, es que son unas avinagradas. El chaval no sabe –o le da
igual- que a la chica se lo hayan dicho tres veces seguidas o que se lo digan
con frecuencia en unas circunstancias que convierten el supuesto piropo en una
actitud agobiante y amenazante.
A mí me da que en general los hombres no somos
nada conscientes de esa presión frecuente que padecen tantas mujeres, nos
cuesta ponernos en esa piel, ni nos imaginamos lo que tiene que ser aguantar
una y otra vez bromitas o toquecitos o comentarios que se suponen chistosos.
Muchos participan en esos pequeños acosos, otros ríen las gracias o les quitan
importancia. No nos enteramos o no nos queremos enterar, pero todo ese ambiente
de suave agresión acaba coartando la libertad de andar tranquilas por la vida
sin que les molesten por el hecho de ser mujeres.
¿Acaso los hombres no padecemos acosos o
presiones? Sí, claro, pero en un grado muy inferior, que no nos condiciona
tanto. No hasta el punto de que se nos desarrolle una actitud psicológica
temerosa, a la defensiva, que nos limite la libertad de andar tan panchos por
la vida. Pondré un ejemplo personal.
Cuando yo tenía 16 años, un sábado por la
madrugada iba andando solo por la ciudad, hasta el sitio en el que tenía
candada la bici para volver a casa. Me crucé con un hombre que me paró para
pedirme la hora. Las cuatro de la mañana. Continué mi camino y noté que el
hombre me seguía. En vez de avanzar recto por la avenida principal, callejeé
para comprobar si el hombre me seguía por casualidad o con intención. Y me
seguía, me seguía en todos los desvíos y rodeos. Por fin me acerqué a la bici y
me apresuré a soltar el candado. Entonces el hombre se acercó, se bajó los
pantalones y los calzoncillos, y empezó a meneársela. Salí pitando.
En esta historia veo una gran diferencia con una
mujer. Cuando el tipo chungo me seguía, yo creí que unas horas antes me había
visto candar la bici y que me la quería robar. Ni se me pasó por la cabeza que
yo corriera ningún tipo de peligro sexual. Con 16 años, en mi cabeza no existía
ese miedo. Ese miedo que es el primero que le viene a la mente a una chica de esa
edad. El chico de 16 años piensa que le pueden robar la bici. La chica de 16,
que la pueden violar. Porque viven con esa preocupación desde crías y a lo
largo de toda la vida: siempre hay un viejillo en el parque que las agarra y
las soba un poco, un adolescente que en el colegio les mete mano o les baja los
pantalones, un ligón de bar que se pone bravo con ellas delante de los colegas
machitos, un jefe que hace gracietas desagradables sobre su aspecto…
*
Mi amiga me mandó esa lista de recuerdos como respuesta
a mi pregunta. Yo solo le había preguntado qué le parecía un artículo de una
colega periodista, que primero escribió en Facebook una lista de actitudes que
le molestaban cuando hombres más o menos desconocidos le abordaban en las redes
sociales tomándose demasiadas confianzas. Tras su texto, vino una cascada de
comentarios de otras chicas, que relataban montones de situaciones parecidas
que les incomodaban. Algún chico entró a quitar hierro al asunto, a decir que
no era para tanto, que a los hombres también les pasan cosas…
Mi colega de redacción comentó: “Cuentas
micromachismos y te acusan de hilar fino y de ser una paranoica y una histérica”.
Os recomiendo mucho que habléis con vuestras
amigas de confianza, que preguntéis a mujeres desenvueltas y sexualmente libres
sobre sus experiencias. Y que juzguéis si esas mujeres son unas exageradas y
unas histéricas o si los tíos deberíamos darle alguna vuelta a este asunto. Osea, si intentamos ponernos en la piel de
ellas.
Ander Izaguirre