Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Del Pamir al Himalaya

  • 6 de December de 2007
  • 6440 kms

Esto no es un diario, es una explicación de toda la ruta.

Entre los años 2001 y 2002 realizamos un viaje (de Mongolia a Estambul). Uno de los lugares que nos quedó pendiente fue el Tíbet, una zona que ha sido muy controlada por el gobierno chino. Después de entrar en los primeros pueblos, en Markam la policía nos “invitó” a salir de la región tibetana. El Tíbet era una asignatura pendiente, por ello en 2007 decidimos volver a intentarlo, pero esta vez por el oeste.

Este es el relato de un viaje de cinco meses en bicicleta por alguno de los lugares más altos del mundo. El viaje empieza el 1 de julio del 2007 en Dushanbe (capital del Tayikistán) y termina en el sud de la China.

1 de julio del 2007. Aeropuerto de Barcelona, aeropuerto de Estambul y, por fin, Dushanbe, capital del Tayikistán.

Estamos en tierras tayikas. Después de tres días visitando calles y mercados de la ciudad emprendemos nuestra ruta dirección al Pamir. De los primeros días recordamos las altas temperaturas, el primer collado de alta montaña y los primeros problemas estomacales.

El medicamento que llevamos no hace ningún efecto, vamos a un centro hospitalario donde la única palabra que entienden es diarrea. La doctora dibuja un reloj en su brazo y nos da a entender el horario de cuando hemos de tomar las pastillas. Nos sorprende porque aquí nos dan las pastillas justas que debemos tomar y las meten en una bolsa de plástico. Lentamente vamos mejorando nuestro estado de salud.

Kalaichum es un pequeño pueblo situado en la orilla del río Pang. El río hace de frontera natural entre Tayikistán y Afganistán, que en algunos casos no llega al centenar de metros. Podemos observar a los afganos en las tareas del campo y algunas mujeres escondiendo su cuerpo detrás del burka. El saludo de los hombres es de entusiasmo. Los lugares donde el río es más estrecho, la gente de los dos países se comunica a gritos.

Para calmar la sed nos paramos a comer una sandía y tomar un té. De repente el jefe del chiringuito nos avisa para que nos metamos en su casa, todos los clientes corremos a escondernos, pero no entendemos por qué. Al poco rato oímos una fuerte explosión y unas cuantas piedras van a parar donde estábamos tomando el té. No se trata de una guerra, los afganos están construyendo una pista y ponen dinamita para abrir el paso.

En el Pamir cruzamos seis pasos que superan los 4.000 metros de altura. En esta zona pasamos pequeños pueblos y aldeas y, en los últimos quilómetros, podemos ver la vida de los nómadas. La mayoría son kirguizos que viven en Tayikistán. Es fácil reconocerlos porque los hombres llevan el típico sombrero kirguiz.

Es curiosa la cantidad de palos eléctricos que hay, antes tenían luz, pero desde la independencia sirven para poco.

Las condiciones de esta zona son muy duras, especialmente en invierno donde las temperaturas pueden llegar a treinta grados bajo cero.

Mientras las mujeres se dedican a ordeñar los rebaños, hacer mantequilla, queso, tejer o zurcir algún calcetín, los hombres acompañan a los animales mientras aprovechan para recoger matojos que quemarán en sus estufas para calentarse y cocinar.

Tenemos que entrar en Kirguizistán, porque la frontera directa de Tayikistán a China no está abierta a los extranjeros. La última noche en la frontera tayika los soldados nos dejan un rincón para pasar la noche, no nos dejan dormir en nuestra tienda porque dicen que vamos a morirnos de frío.

En Kirguizistán seguimos con nómadas y siempre acompañados de la cordillera del Tian Shan, con picos que superan los cinco mil metros de altura.

Después de tres días llegamos a China. Nos espera un largo camino. Kashgar y Lhasa los separan unos 3000 quilómetros pasando por el campo base del Everest. La mayor parte del tiempo estaremos por encima de los 4000 metros y tendremos que cruzar doce pasos de 5000 metros.

En el mercado de Kashgar. Se vende de todo, aquí Pep tiene que comprarse una camiseta, la encontramos fácilmente, hay grandes cantidades de segunda mano, un poco descolorida pero servirá para seguir el viaje. Después nos dirigimos al mercado de animales. El ambiente es extraordinario. Al mediodía, cansados de tanto ajetreo, nos tomamos unos zumos, quien sabe de qué, y sandía que venden a trozos.  

Dejamos las llanuras secas y calurosas y nos dirigimos hacia los altos collados del Himalaya. Hemos dejado los musulmanes del Xinjiang y entramos en terreno tibetano. En esta región son budistas. La gente aprovecha algunos momentos para hacer rodar los molinillos de oración repitiendo “om mani padme hum”.

Decidimos seguir los peregrinos que rodean a pie el monte Kailash, una montaña de 6.714 metros sagrada por los hindús y los budistas. Nos levantamos a las 4 de la mañana ya que el recorrido es largo, 53 quilómetros subiendo un collado de 5.600 metros. Por el camino vamos encontrando a los peregrinos. Algunos lo hacen postrándose durante todo el recorrido.

Al día siguiente con unas agujetas de campeonato nos tomamos un día de relax   eguimos en bicicleta.

En el Tíbet podemos observar el trabajo de los tibetanos, muchos son nómadas. Viven con sus rebaños de yaks. Y su vida gira alrededor de los animales y los productos que obtienen de éstos. Los meses de verano recogen hierba para pasar el largo invierno. Hacen mantequilla, tejen mantas, ordeñan el ganado…

Nos damos cuenta de la invasión por parte del gobierno chino en el Tíbet y el Xinjiang. En la plaza principal de Kashgar han instalado una enorme pantalla donde van pasando información constante de China; a un monje le regalamos un dibujo de la figura del Dalai Lama que nos explica que tiene que esconder por miedo a la policía…

Los días claros de setiembre nos dejan ver el Xixabangma, el Cho Oyu, el Makalu, el Lhotse i, como no, el Everest. Dormimos en el campo base, a más de cinco mil metros. Por la mañana nos cuesta salir de la tienda, ha nevado y el frío se hace notar.

Para llegar a Lhasa seguimos entre campos llenos de campesinos que están segando y recogiendo el trigo. Nos enseñan a utilizar la hoz, pero nuestra poca destreza les hace mucha gracia y entre carcajadas nos animan a continuar probando.

Lhasa es la capital tibetana, pero desde hace unos años el gobierno chino está colonizándola y transformándola. Excepto los barrios más antiguos, la ciudad va cambiando con los edificios típicos chinos.

Después de pedalear durante cinco mil quilómetros entre Dushanbe (capital de Tayikistán) y Lhasa decidimos coger un tren hasta la región del Qinghai.

Seguimos en bicicleta por esta región. El paisaje es diferente, pero continuamos a más de tres mil metros de altitud y seguimos escuchando las plegarias budistas. En esta región podemos ver alguna imagen del Dalai Lama colgada en alguna pared.

Las temperaturas van descendiendo, los ríos y riachuelos empiezan a helarse, llegan las primeras nevadas y aunque el sol brille, sus rayos no dan el calor que nosotros quisiéramos. La gente de la zona nos enseña que viste con dos gruesos pantalones para protegerse del frío intenso.

Una mañana pasando un riachuelo se me mojan las botas. En pocos minutos la bota queda como un bacalao y el pie, estrujado dentro de la bota, me está quedando helado. Siempre hay un ángel salvador, esta vez es un hombre que nos grita que vayamos a calentarnos en su casa. La mujer, dentro de la casa, está moliendo y tostando cereales para preparar tsampa.

Una vez recuperados continuamos el camino.

La vida en esta región no es fácil. Muchos viven en zonas aisladas. Las mujeres se levantan con las primeras luces del día para encender el fuego y calentar la estancia. Fuera está nevando, aún así, las mujeres tienen que salir a ordeñar los yaks. A veces los hombres después de tomar el té, salen más tarde y acompañan a pastar los rebaños.

Nos quedan unas semanas, decidimos coger un tren hacia el sureste de China, para poder pedalear entre Guiyang i Guilin.

Los caminos son polvorientos. Aquí vive la etnia miao en casas de madera. Durante el día la gente es muy amable incluso algunos quieren invitarnos a comer, pero a la hora de montar la tienda por la noche parece ser que nos quieren lejos. Fuera de los pequeños pueblos casi nunca encontramos espacio para nuestra pequeña tienda o son campos de arroz o está lleno de una densa vegetación.

El contraste entre las zonas anteriores y ésta es total. Vemos el yak en el Tíbet y el Qinghai y ahora nos aparece el búfalo.

Un día nos cruzamos con un entierro, la gente nos dice que les sigamos para verlo. Los hombres tiran petardos, parece más una boda. Caminan durante un rato por una pista, ponen la caja de madera en un agujero que han cavado, abren la caje y colocan al muerto de cara a poniente, le quitan el polvo y hacen pasar a Pep delante de todo para que filme y fotografíe al pobre hombre. La gente no llora, al final unas mujeres ataviados con trajes típicos canta una canción.

De Guilin cogemos un tren hasta Beijing. Llegamos por la noche, dormimos al lado de unos vagabundos. Nos quedamos un par de días en la capital china y de aquí regresamos a Barcelona. 

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